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REMES

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Red mundial de escritores en español

domingo, 31 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 17


 Cuando las chicas supieron que faltaba una entrada se mostraron molestas por el asunto, sobre todo Laura, que empezaba a pensar que John lo había hecho adrede, e intentaron que Vicky, por supuesto, no se sintiera discriminada por el supuesto olvido, ya que él no tenía impedimento de decir para quienes se había tomado la molestia de sacarlas. Carmen se había puesto furiosa, John empezaba a caerle gordo, demasiado listo y suficiente… Aunque su hermana trataba de explicarle que las entradas no tenían nombre y que una de ellas debía quedarse sin los pines ni la entrada para incluir a Vicky en el lote.
―Mira en tu bolso ―le dijo Laura a su hermana mientras hurgaba en el interior del suyo―. ¿Cuánto llevas?
―¡Estoy tiesa como la mojama! Con lo caro que es todo en Londres… ¿pretendes pagar una entrada de KOKO? 
―O hacemos esto ―murmuró en español―. O una de nosotras no entra para quedarse con Vicky...
―¡No es justo, Laura!
―¿Y sí lo es que Vicky se quede fuera por un olvido, no tan claro, de John?
―Pues que se pague ella su entrada ―sugirió molesta―. ¿Por qué he de ser yo? No es mi culpa… ni la tuya…
―Carmen, eres una egoísta, ¿sabes? ―expuso enfadada dándole la espalda yendo hasta Vicky―. Toma los pines y la copia de la entrada, Vicky. Tú conoces a John mucho antes que nosotras y tienes más derecho a todo esto.
Vicky encantada tomó lo que significaba un pase gratis al interior de KOKO, agarrándose al cuello de Laura para besarla repetidas veces, mientras Lourdes tomaba fotos con su móvil sin saber muy bien lo que pasaba.
―Gracias, tía.  Pero si falta una copia de éstas… ¿ahora tú?
John vio la maniobra de Laura y se indignó por cómo ella le había dado la vuelta al asunto y ahora era Vicky quien tenía sus pines. Los chicos lo sostuvieron un poco, pero John se deshizo de ellos y se dio media vuelta resoplando. Mientras esperaban la cola para acceder al local John se acercó a Laura por detrás, cuando los demás estaban distraídos.
―Laura, toma ―le dijo―, ésta es la tuya.
―¿Cómo que la mía?
―Tu entrada… con todo esto que se ha armado… No puedo permitir que pagues tú.
―¿Y por qué no?
―Porque dije que me encargaba de las entradas y no puedo permitir que te quedes fuera. Las saqué pensando en ti en que estuviésemos juntos en la disco y pasásemos una noche bestial… Pero no estaba pensando en líos o amigos aparecidos de la nada y follones de dinero... No quiero que pagues tu entrada.
―No pensaba hacerlo… ―añadió seria―. Tanto es así, que me da igual quedarme aquí fuera con Vicky, esperando a que  salgaís.
―¿Por qué le has dado los pines a ésa?
―Porque eran míos y hago lo que quiero con mis cosas… Además ésa, como la llamas, tiene un nombre y es mi compañera de cuarto… Es Vicky...
  

sábado, 23 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 16

 Después de la cena y de contar a su hermana y a sus amigas el día en el zoo, Laura subió a su habitación a descansar un rato. Se puso cómoda y se tumbó en la cama mirando el techo de la sala pintado de rosa y la lámpara que estaba suspendida en el centro, desde donde una tulipa esférica de cristal blanco pendía de una cadena. Comenzó a pensar en Paul y en todo lo sucedido aquella mañana… Una sonrisa se fue dibujando tenuemente en sus labios a medida que sus pensamientos trajeron los recuerdos de todo lo vivido aquel día y las mariposas volvieron a revolotear en el estómago, incluso habían encontrado espacio después de la cena, aunque no había comido mucho. La idea de volver a ver a Paul en una o dos horas, hacía que aquella sensación fuera verdaderamente fuerte, casi vertiginosa… No la podía controlar.
Una leve corriente de aire removió un poco sus cabellos, miró hacia la ventana, que estaba ligeramente abierta, por donde el aire fresco de la noche penetraba en el interior. Se levantó a cerrarla, pero se quedó apoyada en el poyete mirando la cancela de la entrada, imaginando volver a ver el Mini Cooper de Paul esperándola de nuevo. El corazón le palpitó con fuerza. “¿Qué le estaba pasando con Paul?” Se preguntó confusa. Pero fuera lo que fuera, nunca se había sentido tan bien como se sentía con él. Algo así no era imaginable cuando en casa de sus padres recibieron la noticia de la concesión de la Erasmus… Sin embargo, estaba sucediendo. Sus expectativas habían sido más que superadas por los acontecimientos que estaban ocurriendo. John invitándola al cine, Paul al zoológico… ¿Qué vendría después? No quería pensar al respecto, sin embargo, en su interior tenía una certeza que no se atrevía a aceptar, por miedo a equivocarse. Deseaba estar completamente segura para poder afirmar que estaba enamorándose de Paul McClellan… ¿o debería decir que estaba enamorada de Paul McClellan?  El fin de semana se había presentado de una forma inesperada bastante movido. Nunca hubiera sospechado que aceptar salir con Paul al zoo acabara como iba a hacerlo aquella noche de sábado en una de las discotecas más punteras de Camden Town. Las chicas estaban ilusionadas por conocer a Bob Collins.  Había oído eso durante dos días insistentes por echarle el ojo encima. Los chicos hablaban constantemente de él y no le habían visto el polvo aún en las semanas de curso transcurridas, pero sin duda debería tratarse de otro adorable sinvergüenza como el resto.
Un ruido en el pasillo la recuperó de sus ensoñaciones y se volvió hacia la puerta. Era Lourdes que entraba del cuarto de baño. Se acababa de duchar y como una exhalación se fue a su armario para buscar la ropa que iba a llevar aquella noche...

lunes, 18 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 15

Mike había conducido a la dirección, que le facilitó su hermano Paul, en Tottenham donde estaba la residencia. Detuvo el Mini Cooper enfrente de la puerta y marcando el número de Laura en el móvil de Paul, que también le había cambiado por aquella noche, para que no faltaran detalles, esperó la respuesta. Mientras aguardaba, aquellos segundos se le hicieron eternos y sus temores a que todo fracasase y que la chica fuera más sagaz de lo que su hermano había previsto, aparecieron de repente instándole a  no responder cuando descolgara y a huir de allí, porque seguía pensando que todo aquel barullo era una auténtica locura. Algo en su interior le estaba advirtiendo que se iba a arrepentir de hacerle un favor tan maquiavélico a su hermano.  Mike miró el teléfono mientras oía los tonos de la llamada, tardaba en contestar, no estaba muy ansiosa, pensó. Respiró hondo pero el miedo no se iba… Respiró hondo otra vez y pensó que no la conocía de nada, una cara por Facebook no deja demasiadas oportunidades de saber cómo es una persona y menos una chica inteligente y lista como le había dicho Paul que era.  ¡Qué segundos tan agobiantes! De nuevo su conciencia le dictaba con fuerza urgiéndole a desapaecer  de aquel lugar diciéndole: “¡Huye, Mike! ¡Huye de aquí, esto no puede salir bien! …Te cazará en la primera de cambio, se dará cuenta que no eres quien dices ser que eres… ¡Huye y no hagas más el gilipollas!” La voz de Laura sonó en el aparato, había tardado demasiado en contestarle, pero de cualquier forma ya lo había hecho y el asunto no tenía marcha atrás
―¿Diga?
Mike miró el móvil como si fuera radioactivo y lo apartó de su oreja para no oír a Laura, que seguía esperando una respuesta. Respiró profundamente dos o tres veces más y, temeroso, se llevó lentamente el teléfono a la oreja de nuevo. La voz seguía allí, no había colgado y continuaba diciendo “diga”. Miró el teléfono con gesto preocupado y se lo pegó al pecho nervioso, cerró los ojos y  fue levantándolo, acercándoselo a la oreja de nuevo, se dejó llevar; “la suerte estaba echada” y al fin dijo:
―¿Laura?
―¿Paul?
―Sí…, estoy… estoy abajo… ―tragó saliva―, en la puerta… Te espero.
―¿Ocurre algo?
―¡No! ―exclamó sorprendido―. ¡Para nada!… ¿Por qué iba a pasar algo?  No tardes, por favor.
―¡No! ya estoy en el piso principal. Ya salgo…
Laura apareció por la puerta en pocos minutos. La verdad que la foto que le había enseñado su hermano no le hacía toda la justicia que debía, pues era todavía más bonita. Salió de la casa y bajo las escaleras alegre, atravesando el trozo del jardín hasta la reja. Cuando le vio, una amplia sonrisa apareció en su cara y con un gesto de la mano, agitando los cinco dedos, le saludó mientras iba para el coche...

viernes, 15 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 14


―¡No! ¡No! ¡No! ―decía Mike intransigente al oír la propuesta de su hermano mientras éste andaba detrás de él rogándole insistentemente―. No, Paul, eso es ir demasiado lejos. Es una auténtica locura. Esa chica lo va a notar. ¿Te crees que las tías son tontas?
Había sido asaltado en el dormitorio mientras se entretenía con la Wee. No podía creerse lo que acababa de escuchar de la boca de su hermano, pero lo cierto era que aquello le confirmaba que Paul estaba perdiendo completamente la olla y que Jane no era una relación que le proporcionara estabilidad.  Siempre diciéndole lo que quería escuchar y colgada de él como una lapa… para después imponerse con sus caprichos y hacer lo que le daba la gana. Jane no le caía nada bien.
―Por favor, tío ―insistió de nuevo―. Sólo será esta vez. ¡Mira! Ya te he dicho lo que ha pasado. Yo no esperaba que Jane volviera. De hecho creía que no volvería jamás.
 ―Sabía yo que esa pava iba a estropearme el día cuando le abrí la puerta esta mañana ―se quejó Mike enfadado soltando el mando de la Wee en la cama―. Esa Jane te tiene la voluntad abducida… Es una pájara de mucho cuidado, una arpía y una… una…
―Si vas a decir lo que creo que vas a decir… Mejor no lo digas, Mike… Podíamos salir mal parados.
―Estás loco, Paul, completamente loco,
―Hazlo por mí, por fa, Mike―le rogó Paul haciendo caritas para arrancarle la sonrisa―. El finde que viene haré por ti lo que tú quieras. De verdad, lo que tú quieras. Pero hoy tienes que cubrirme las espaldas.
―¡Está bien! ―exclamó harto de oírle repetir una y otra vez―. ¡Está bien! Lo haré, pero sólo hoy. Nunca volverás a pedirme algo parecido. No es nada guay hacer estas cosas. No son de un tío legal, ¿sabes? Al final se sabe.
―¿Cómo? Tú no dirás nada y yo tampoco.
―Eso te lo aseguro. Soy una tumba, por la cuenta que me trae.
―Gracias Michael ―le dijo estrechando su mano de una manera peculiar, a la forma en que siempre lo hacían cuando guardaban sus secretos de  niños. Toma.
Paul le extendió  Mafia, el último de sus juegos favoritos para la PS3
―¿Para qué me das esto? Ahora no tengo ganas de jugar a la Play.
―El otro día me lo pediste y no quise dártelo. Ahora tú has aceptado ayudarme… Toma, sé que te gusta. De hecho, te lo regalo. Es tuyo.
Mike cogió la caja y la miró sin saber muy bien si su hermano hablaba en serio o no, Él le había colgado la etiqueta de agarrado y ahora al verle tan desprendido, regalándole el último juego que había comparado para su PS3, era un poco raro…
―Gracias.  ¿Puedo saber si es esto ya parte de mi pago? ―inquirió incrédulo.
―No, que va… ―negó inmediatamente―. Es para ti, ya te lo he dicho. Lo otro…, el pago, me lo pedirás tú cuando necesites un favor.
―Espero que no lo olvides, Paul.
―Nunca.
― Entonces, ¿ es para mí? ―le preguntó todavía inseguro de que fuera cierto aquel regalo. Paul asintió con un gesto―. Ahora dime, ¿cómo es esa chica?
―Mejor te la enseño en su página de Facebook, enciende el PC. Toma las llaves de mi coche, no quiero que falte ningún detalle y ten mucho cuidado. No quiero ni un minúsculo arañazo.
―No le haré ninguno… Tío, que también se va la olla con el coche.
―Sólo cuido del regalo de cumpleaños que nos hizo papá el año pasado. ¿No dijo, espero que os dure mucho más que os duraron vuestras primeras bicicletas? ―Mike asintió empezando a reírse al recordar aquel desastre―. Pues eso. No querría quedarme sin coche de un día para otro.
Los dos se rieron recordando lo que les ocurrió a sus primeras bicicletas a carcajadas tendidos sobre sus camas sin poder contener la risa, pues el mismo camión de la mudanza que les llevó sus enseres cuando fueron a vivir a Cavendish Avenue le aplastó sus bicis recién estrenadas, ya que las encadenaron a la trasera del camión pensando en ser útiles y que irían rodando todo el trayecto hasta la nueva casa… Pero sólo tenían siete años. Lloraron todo el día por la pérdida de sus bicis...

martes, 12 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 13




El timbre de la puerta había sonado hacía un momento, pero nadie iba a abrir. Al poco volvió a sonar de nuevo, pero con más urgencia, y Michael que estaba viendo la televisión fue a abrir protestando a notar que nadie se interesaba por atender la llamada.
―¿Es que estáis todos sordos? ―le gritó a sus hermanos, pero no recibió respuesta―. Eso… eso… haceros los sordos… ¡Es que soy idiota! Seguro que no es para mí…
―¡Por fin Michael! ―exclamó Ruth que venía escaleras abajo dispuesta a abrir―. ¡Por fin! Mis oídos has escuchado lo que tantas veces te he dicho y tú has negado… ¡Eres idiota! Si te lo decía yo…
―¡Ruth! ¡Ruth! ―le gritó furioso lanzándole una zapatilla que hizo blanco en la pared de la escalera.
La peque de la familia le sacó la lengua parapetándose tras la baranda que hacía curva en un rellano antes del tramo que llevaba al primer piso.
―Las verdades duelen, Mike. Pero no hay cosa más cierta que ésa…
―Eres una bruja…―arremetió contra ella subiendo los primeros escalones con intención de perseguirá―. ¡Una pequeña bruja deslenguada!
Ruth se reía desde arriba cerca ya de la puerta de su dormitorio.
―¡Idiota!
La insistencia del timbre llenaba la casa mientras Mike desistió de ir en busca de la molesta mocosa y volver al vestíbulo para abrir. Asombrado y tras la puerta se encontró con la carita bonita de Jane Archer, la ex de su hermano, que sonreía habiendo escuchado la trapisonda entre su amiga Ruth y él.
―Hola… ¿Paul o Mike?
―Mike ―respondió indolente―. ¿Qué quieres? ―inquirió sin ocultar su molestia al verla.
―Nunca conseguiré distinguiros a la primera…―sonrió picarona sin hacer caso a la pregunta―. Después ya es otra cosa… cuando os oigo hablar… Paul es mucho más adorable que tú, por supuesto. Además Ruth no se atrevería a meterse con él como lo hace contigo… En el fondo tiene razón.
―Una pena… ¿Qué haces aquí? ―volvió a preguntarle secamente.
―Ya he oído a Ruth y sé que está en casa. Vengo a estudiar con ella. Tenemos una prueba de dicción el jueves. ¿Me permites? ―le dijo apartándole de su camino entrando en la casa.
―Sí, pasa, estás en tu casa ―la increpó molesto por el descaro de Jane―, Está en su cuarto. No te acompaño ya sabes donde es. Tú misma…, “encanto”.
―Gracias, Mike, eres un sol ―le piropeó subiendo.
 Michael cerró la puerta lanzando un suspiro profundo, presentía problemas con aquella chica allí.
―¿Y tu hermano? ―le preguntó Jane cuando hubo alcanzado el rellano.
―Está en el garaje liado con el coche. Lo va a gastar de tanto limpiarlo.
―Es su hobby.
―Sí… claro. Podría abrir la puerta cuando vienen a verle, para variar. Me he perdido media película, ¡mierda!
Michael la vio subir las escaleras con aquel estilo seductor que tenía al andar… Parecía realmente una actriz consumada, pensó. Pero saber que se interesaba de nuevo por su hermano Paul no le hizo demasiada gracia.
Jane subió hasta el descansillo de la primera planta y corrió de puntillas dejando atrás el dormitorio de Ruth hacia la escalera de servicio bajando por ella a toda prisa y corriendo hacia a la cocina por donde salió al patio. El garaje estaba allí.
Paul estaba poniendo a punto su Mini Cooper para su cita con Laura. Era sábado y por fin no llovía después de una semana diluviando.  Había decidido llevarla al Zoo de Regent’s Park, comer en cualquier sitio una hambueguesa y después al cine por la tarde.  Era un plan perfecto para una primera cita y estaba seguro de que a la chica le gustaría.
La voz de Jane llamándole le sorprendió tanto que al levantar la cabeza para cerciorarse se dio un golpe al sacarla del coche buscando a su ex. ¡Era verdad! Suspiró agitado sin podérselo creer. Después de casi dos meses y medio Jane estaba en su casa buscándole… No era una alucinación ni un ofuscamiento de su mente, que llevaba dándole vueltas a su ruptura con Jane todo el rato. Pensando en su situación toda la mañana y estaba seguro que aquella era la voz de la chica, no estaba imaginándosela, pues llegó a pensar que estaba tan obsesionado por ella que no podía deshacerse de la atracción que ejercía Jane sobre él y que podría ser una mala pasada de sus mente, pero no. Lo estaba escuchando. Un pesar descendió por su garganta hasta su estómago como si fuera de plomo, ¿Qué oportuna? Precisamente ahora… Sintió con un arrebato y la intención de esconderse para que no le viera, pero de repente pensó que si lo hacía y empezaba a salir con Laura, las oportunidades de recuperar a Jane se acabarían. Y no estaba muy seguro de querer eso... 

sábado, 9 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 12


  


Las palabras se sucedían una tras otra a lo largo del papel donde Carmen Bernal copiaba los apuntes de su hermana a toda prisa. Tenían dos horas hasta la próxima clase: Análisis de Formas Arquitectónicas, y estaban en una cafetería llamada Costa Coffee en la esquina de Gower con Torrington Place.  Era un local italiano no muy lejano a las facultades, de hecho, muy cerca del hospital universitario. El sitio gozaba de mucha fama entre los alumnos porque se podía probar un café verdaderamente sabroso y rico en aromas, cosa que a Laura entusiasmaba, aunque también le gustaba el té, pero a esa hora de la mañana, un buen café con leche entonaba el cuerpo y despejaba la mente espantando el sueño, que tan mala pasada le había jugado precisamente a ella.  La cafetería ofrecía a sus clientes entre sus peculiaridades cafeteras también una selección bastante completa de libros que se podían hojear mientras se degustaban sus extractos e infusiones. Una idea que sorprendió a las hermanas favorablemente, pues mientras se tomaban su café y un buen tentempié, disfrutaban de una de sus aficiones: los libros.
Carmen seguía escribiendo a toda prisa, necesitaba los apuntes para la siguiente clase, pues por un resfriado pasajero no había asistido en dos días a las clases en la facultad, los mismos en que se dieron esas materias sobre formas arquitectónicas, importantes para el desarrollo de la clase del día.
Laura se tomaba un sándwich y hojeaba un ejemplar de Black Beauty de Anna Sewell. Siempre le había encantado aquella historia, desde niña le gustaban mucho los caballos.  Dejaba la mente volar y recordaba momentos de su vida aquí y allá en los que se sentía muy bien con ella misma. ¿Quién iba a decirle que iba a encontrar un ejemplar de BlacK Beauty en la cafetería?  Pero tenerlo entre sus manos le traía hasta olores de mar y playa en las calurosos tardes del mes de agosto en su añorada Málaga. Eran imágenes de su segura infancia y su feliz adolescencia… su familia, algunas vacaciones en Tenerife divertidísimas jugando con las nubes en La Caldera o escribiendo sus nombres con piedras en el Valle de Ucanca en las Cañadas del Teide… Mientras paseaba su mirada por los renglones de una de las páginas del libro su mente voló en un instante a desde su niñez hasta el momento de saber que estudiarían en Londres y seguidamente y acabó pensando en la salida al cine con John. No estaba muy segura si eso era lo que quería, pero era cierto que John se mostraba muy interesado por ella y no podía creerse todo lo que oía de otras compañeras hablar de él. Desde luego que si John Lane tenía aquellos defectos de sinvergüenza, fresco e insolente, ella no los había descubierto todavía. Extraordinariamente un revoloteo misterioso en su interior la sorprendió de repente cuando pensó en él, la lluvia, el paseo bajo el paraguas, el cine, sus besos… John era un chico muy guapo y atractivo y su interés la halagaba mucho, siempre había sido simpático y amable y Laura le había devuelto las mismas atenciones, pero ella sabía algo, que John ignoraba, y que le preocupaba porque no quería lastimar a nadie. Cuando pensaba que estaba ocultando lo que estaba pasando a Vicky Backwell, no se sentía muy bien consigo misma, pero tampoco podía hacer nada para desviar la atención del chico hacia Vicky. No quería herir sus sentimientos ni que creyese que ella había tomado ventaja de sus confidencias. Era sabedora de que Vicky estaba muy enamorada de aquel joven tan brillante y elocuente, pero no era culpable de que el joven no estuviera enamorado de Vicky.
 Carmen la miraba desde hacía un rato. A Laura se le había enfriado el café que ya no humeaba desde su taza y llevaba varios minutos sin pasar una hoja del libro absorta en sus pensamientos.
―¿Todo va bien? ―le preguntó mientras se disponía a sonarse la nariz, aunque lo odiaba, tenía que expulsar los restos de su congestión nasal. Laura levantó la cabeza y se quedó mirando a su hermana sin saber de qué le hablaba.
―¿Cómo dices?
―Llevas más de un cuarto de hora ahí, entre musarañas, con la mirada perdida y la cabeza Dios sabe dónde… ¿En qué piensas?
―…En todo lo que nos está sucediendo en tan poco tiempo.
La voz de John y los chicos entrando la hicieron levantar la cabeza de los libros y buscarles. Eran ellos. El grupo Lane al completo.
―¡Hola chicas! ―las saludó Ritchie alegre acercándose a la mesa donde las dos hermanas tomaban su almuerzo―. ¿Qué tal la mañana?
―¡Fabulosa! ―rezongó Carmen―. Me duele la mano de copiar.
―Supe que has estado enferma ―se interesó George―, ¿cómo sigues?
―Mejor, ¿no me ves? Pero gracias de cualquier manera.
―¿Te voy dictando? Así te será más fácil copiar.
Carmen levantó la cabeza y miró a George con una amplia sonrisa de aceptación, asintió con la cabeza y le extendió los papeles de los apuntes para que dictara.
―Por favor ―le dijo sin dejar de escribir. Vio a George mirándola con el rabillo del ojo mientras ordenaba los papeles y una bonita sonrisa de satisfacción―. Eres muy amable, George. ¿Lo sabes?
―¡No!  ¡Qué va! ―se ruborizó él rápidamente―. Soy normal. Entre compañeros tenemos que ayudarnos. Venga déjame ver. ¿Por dónde vas?...
Carmen le señaló el sitio y George le siguió dictando.
―Hola… ―saludó Paul en general, mirando a Laura con disimulado interés.
Ella al verle se le disparó el corazón. De nuevo en la cafetería con aquel chico maravilloso que hacía que sus sueños cobraran significado. Los ojos de ambos de miraron fijamente por unos segundos en  el que Laura esbozó una sonrisa tímida salida de sus labios y una huida presta de su mirada hacia la taza de café acabaron con todo el contacto. Se sentía completamente confundida en ese instante y no quería que se lo notasen en la cara. No comprendía sus reacciones a sus pensamientos acerca de John hacía un momento y ahora al ver aparecer a Paul se desmoronaba todo el romanticismo con que recordaba la tarde de su primera salida con el otro chico. ¿Sabría Paul de todo aquello? ¿Le haría contado John algo? Ellos eran muy buenos amigos, no resultaría extraño si hablaban de esos temas entre ambos. Pero, si él lo sabía o no, ¿qué más daba? Paul no se mostraba muy interesado por ella de cualquier forma.
Entonces el contacto de la mano de John en su hombro la distrajo de sus pensamientos. Inesperadamente se sobresaltó pues de nuevo había caído en la profundidad de su mente sin darse cuenta y volvía a plantearse sus sentimientos tan confusos...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 11


Un bostezo de George sacó a sus amigos del silencio. Estaban leyendo el plan de estudios que acababan de realizar, reunidos en casa de Paul.  Ya lo habían repasado un par de veces y estaban de lo más aburridos que se pueda estar. En aquella sala sólo había cosas que estimularan al estudio, por deseo del padre de Paul, ni siquiera una Play-Station, o un reproductor de cedés para poder escuchar un poco de música… Nada, absolutamente nada que incitara a distraer los sentidos de una manera lúdica. Paul llevaba pensando un buen rato en la Play-Station deseando echar una partida hasta que John llegase. Les había pedido que le esperasen, pues estaba acabando de reestructurar el plan y quería contar con el parecer de todos sobre el nueva organización del equipo, además de que les había dicho que no tardaría en llegar.
―¡Qué sueño, colegas! ―dijo George desperezándose―. Estoy de pie desde las 6:00 de la mañana y son casi las 7:00. En casa se cena a las 8:00, si John no viene pronto, me voy, porque también estoy hambriento y tengo ganas de meterme en el sobre pronto. Total, para lo que hacemos aquí…
―Eso tiene arreglo, tío ―indicó Paul―. Llama a casa y di que cenas aquí, pero estoy seguro de que John llegará tarde y al final nos comeremos unos sándwiches mientras escuchamos sus proyectos. Es muy típico de él.
―¡Qué aburrimiento! George tiene razón ―se quejó Ritchie―. Todo lo que pone aquí es lo mismo del año pasado, no sé qué interés puede tener John en esta reunión… Repartimos las asignaturas como en el curso anterior, la de Bob se la queda alguno de nosotros y ya está.
―Tienes razón ―asintió Paul―, pero John me comentó esta mañana que quiere hacer unos cambios en el grupo y que quería consultarlos con nosotros… Supongo que debe tratarse de eso.
―¿No pensará aumentarlo…?
―George… ¿y qué tendría eso de malo?
―No quiero verme mangoneado por chicas cuando se tratan cosas serias, como un aprobado. ¿Es que no me conoces, Paul? Las tías me distraen la mente.
―Pues Daphne Evans pertenece a nuestro grupo y nunca te ha distraído…
―¡Cómo iba a hacerlo! No se la levantaría ni a Igor[1].
Una carcajada sonó de repente al imaginarse al personaje y a su compañera Daphne juntos.
―Menos mal que no te oye ―rió Paul―, porque de ser así, hoy habría bronca por lo que has insinuado… Sin embargo, tienes razón ―rió con más fuerza―, la pobre nos es muy guapa que digamos… Pero es un miembro activo y eficaz del grupo de estudios y eso es lo que realmente importa. Para ligoteos ya tenemos el finde...  o cuando podamos.
―Yo no sería tan compasivo ―intervino Ritchie más incisivo― y diría que es feilla, pero tiene sus puntos. Lo cual supera a cualquier otra cosa... 
―Sí claro, como todas. A la muy desesperada le pones una careta de Britney Spears y te la tiras igual.
―¿Hablas en serio, George? ―inquirió Paul cerrando una revista Nature que había encontrado por allí y mirando la hora. Ese chiste ha sido digno de John, un poco… ¡Qué va! ¡Un mucho! Yo diría que es demasiado mordaz para ti. No puedes decirlo en serio, Georgie.
―¡No!  No lo decía en serio… Pero, ¿a qué os he asustado? Ya pensabais que estaba en un proceso de metamorfosis profundo... Convirtiéndome en crisálida como dice el cretino del profesor Howes. Si tanto le gustan los insectos debería haber estudiado entomología y habernos dejado tranquilos a los arquitectos. No para de compararnos con bichejos metamorfoseados... Todos los años dice el mismo discursito... de  las crisálidas... Es un aburrido.
Ritchie y Paul se quedaron mirándole muy serios sin comprender el humor de George. Él les devolvió la mirada sin comprender tampoco su seriedad.
―¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?... Tíos…

Una Erasmus para Laura - Capítulo 10

Sin saber aún si era un disparate o un acierto, John esperaba a la chica española delante de una pinta de cerveza mientras dibujaba la letra L en una servilleta de papel en el Pub The bull’s tail. La tarde estaba cerrada en agua y la tormenta de la noche no había sido nada con lo que estaba cayendo ahora. Por un momento pensó que Laura no acudiría a la cita por la lluvia, pero algo le decía dentro que debía esperar. Pensaba que si no venía, cosa que sería muy normal, pues, además, no le había dado el número de su móvil y Laura no podría comunicarse de ninguna manera; no se lo tendría en cuenta. Pero si aparecía por la puerta del pub podría ser aquella la tarde más mágica y loca que en mucho tiempo había pasado. En Nueva York las chicas no fueron tan abundantes ni las cosas tan intensas como estuvo contando a sus amigos; pero unas mentirijillas piadosas a los chicos mantendrían su reputación intacta. Por otra parte las chicas de su agenda casi siempre le aburrían ya, no le aportaban nada nuevo y estaba pensando que se imponía someter al “librito prodigioso”, como le conocían entre los colegas, a una profunda revisión y renovación. Empezaría apuntando el número y la dirección de Laura, aunque ella iría a una nueva sección, como estaba pensando mientras continuaba la espera: las de las chicas respetables. Laura no era un lío ni un ligue de una tarde con la que ver una película, beber unas copas y echar un polvo fácil. No, desde que la conoció, Laura había calado profundo en él. No sabía ni cómo ni por qué, pero se sentía diferente cuando pensaba en ella y las letras que dibujaba en la servilleta una y otra vez, le estaban diciendo que había empezado a hacer cosas que nunca antes había hecho después de conocer a una chica…  Estaba encantado y sólo por eso merecía esperar allí hasta que ella llegase. Había llevado su coche pensando en acompañarla a la residencia por si las cosas se alargaban y no dejaba de llover. Antes había pasado por una estación de servicio para limpiarlo y ponerlo a punto. John no era como Paul en eso. Paul tenía su Mini Cooper como si hubiese salido de la fábrica todos los días, mientras que John usaba su Audi-A3 sin preocuparse mucho de la apariencia, sólo solía echarle gasolina cuando el pitido de la reserva sonaba en el panel del salpicadero. Y hasta que sus amigos no le ponían de cochino, que no había por donde cogerle, o escribían en el parabrisas “Lávalo guarro” o lo que era más comprometido como: “Los polvos se echan dentro no por fuera”, no se dignaba echarle un poco de agua y jabón por encima y hacerle una comprobación de presión en las ruedas. Pero nadie había tenido que decir nada esta vez, John solito lo había lavado y aspirado en su interior. Había tirado las cien colillas de los ceniceros y los envoltorios de chicles y caramelos que rodaban por las alfombrillas. Hasta un tanga se había encontrado, a saber de quién. Y dos folios de apuntes del primer curso que había buscado hasta la saciedad debajo del asiento del conductor. Medio bote de limpiacristales consumió en la limpieza de las lunas y el parabrisas Había usado ceras y líquidos especiales. Las yantas de las ruedas brillaban ahora niqueladas y relucientes, las alfombrillas como nuevas; había colocado uno de esos ambientadores en la salida del aire acondicionado que perfumaba el habitáculo con olor a flores silvestres y la carrocería era un espejo color azabache reluciente y pulimentado. Ahora su Audi-A3 parecía negro y no gris ceniza y brillaba como nuevo en el parking donde lo había estacionado. John se sentía orgulloso de sí mismo y de todo lo que había hecho aquella tarde para impresionar a Laura. Era muy sabedor de que a las chicas les gustaban los buenos coches y ésta no iba a ser menos.
Para llegar al punto de su cita con John, Laura tomó el metro en la parada de Highgate y lo abandonó pasadas cuatro estaciones en Camden Town Station. The bull’s tail era un pub ni muy grande ni muy pequeño, instalado en una casa antigua de dos pisos en la bulliciosa y comercial Camden High Street. La fachada estaba pintada en colores llamativos y un luminoso emitía letras con tonos fosforescentes con el nombre del local y la figura de un toro en comprometida postura erótica. John le había dicho que al salir de la estación de Camden Town, caminara por la misma acera como doscientos metros a la derecha y lo encontraría sin problemas.
Ahora delante de la puerta del pub a Laura se le aceleró el corazón, sosteniendo su paraguas en donde el agua se resbalaba como si tuviera un grifo abierto sobre su cabeza, se sintió indecisa de repente. Tenía una cita de verdad y todavía no se lo creía, estuvo allí unos segundos recordando cómo había sucedido todo y de repente el nerviosismo la asaltó y siguió caminando unos metros más abajo parándose delante del escaparate de una tienda de The Funky Fish. Había cosas muy interesantes en él y estaban muy bien de precio. Justo al lado se hallaba el mercado de Camden y, en un expositor, el tendero de una zapatería mostraba bolsos y botas de agua de todos los colores a dieciocho libras el par. No estaba mal…, pensó evadiéndose de las ideas que la agobiaban. Decidió comprarse unas porque el agua le tenía los zapatos calados y sus pies chorreando se habían quedado helados como polos y difícilmente recuperarían el calor hasta que no se metiera en la ducha caliente antes de irse a la cama...
 ¿Rojas, azules, amarillas, rosas, con la imagen del Big Ben sobre fondo verde…? La verdad era que no sabía cual elegir. Miró el reloj. Pasaban diez minutos de su cita… Los diez minutos de cortesía, pensó y ella allí comprándose unas botas. Se decidió por las rosas. Le parecieron muy fashion para combinar con los vaqueros. Le dijo al tendero su número y él le sacó las que le irían a su pie. Se probó una. ¡Genial!  Pagó y regresó sobre sus pasos, no sin antes pararse de nuevo a mirar la ropa del escaparate de The Funky Fish. Más relajada ya entró, por fin, en The Bull’s tail buscando a John entre las mesas del local, pero no le vio en ninguna de ellas. Volvió a pasar su mirada sobre las mesas más detenidamente observando las caras de la gente que había allí, pero no encontró a John ni a ninguno de los chicos. “¿Habría ido Paul?...”  Se preguntó esperando encontrarle por alguno de los rincones del pub, pero no, tampoco estaba. Un sentimiento de frustración repentino la invadió sintiéndose ridícula por haberse retrasado adrede cuando en realidad había llegado a su cita a tiempo. No sabía por qué cometió tal estupidez, pero lo cierto era que John se había marchado, lo más seguro, harto de esperar.  No podía sentirse más estúpida allí de pie, notando que era el centro de atención de los clientes del pub como si un letrero la señalase diciendo: ¡Soy una tonta! Se dio la vuelta para marcharse, pues ya no había razón para quedarse, cuando se dio de bruces con John que la sostuvo para que no se cayera con el encontronazo.
―Pero, ¿adónde vas con tanta prisa? ―le dijo él mientras la cogía.
―¡John! ―exclamó ella aliviada sonriéndole nerviosa―. No te veía y pensé que te habrías marchado por mi tardanza. Pero es que… la lluvia me caló los zapatos y vi en el expositor del mercado unas botas y me detuve un momento a comprarlas. No me habías dado tu móvil y no podía comunicarme contigo. Discúlpame si te he hecho esperar demasiado. Pero si no me crees, no tienes nada más que mirar mis pies y verás que no te miento.
John se separó un poco de ella y bajó la mirada hacia los pies de la chica que estaban empapados por la lluvia.
―Como ves, no me había ido… ―le sonrió él de una forma deliciosa―, sólo estaba en el WC. Y si me aceptas un consejo. Deberías ponerte tus botas de agua, que para eso te las has comprado. Con los pies calados sólo cogerás un buen resfriado. ―Laura le sonrió convencida de lo que decía―. Dame tu bolso, ve al WC y cámbiate de zapatos, tus pies te lo agradecerán.
―Sí, creo que esa es una buena idea ―admitió entregándole el bolso.
―Yo te espero aquí ―le señaló la mesa que ocupaba en donde una pinta aparecería medio llena y un montón de bolitas de papel hechas con servilletas estaban sobre el tablero.
―¿Te entretienes en eso? ―señaló ella las bolitas―. ¿O, tal vez, es más munición contra el sueño?
John se río recordando el episodio de las bolitas en la clase.
―No, no, ahora estás bien despierta… ―sonrió de nuevo recogiendo unas gotas que se escurrían desde el cabello por su frente―. Hago eso cuando pienso… ¡Corre a cambiarte! ―la instó de nuevo―.  Aquí te espero.
Laura se encaminó hacia los servicios y se detuvo a unos metros del joven, que la miraba aún, inquietado de nuevo, se puso a la expectativa a ver qué le pasaba a la chica; pero no había de qué preocuparse. Laura le sonrió complacida y le dijo:
―Hola.
―Hola ―le contestó él con una sonrisa más amplia que la anterior.
Laura se volvió decidida y segura, aunque consciente de que era John quien únicamente había ido hasta allí.
Las botas crujían al caminar sobre las losetas del suelo. Laura volvía del WC con ellas puestas. Estaba muy bien, ponérselas era un alivio, pues sus pies no tardaron en volver a estar calientes entre el pelito del forro interior. Había acertado en su elección escogiendo las rosas. Con los jeans iban de maravilla y eso la hacía sentirse segura.
―Gatita con botas rosas ―confirmó John al verla llegar―, el mismo rosa que el de la Pantera Rosa.
Laura sonrió mientras se sentaba por la broma del joven.
―Al menos la gatita y la pantera son parientes y se prestan la ropa y los complementos ―le contestó acertadamente. Ahora era John quien se reía.
―¿Qué quieres tomar? [1]¿Una Lager, una Pilsner o una Pale Ale?
―No. ¡Una Guinness!
―¡Vaya, empiezas fuerte! ¡Camarero! ―gritó John―. ¡Dos Guinness bien frías!
Y bien frías se las sirvieron. Dos auténticas pintas de cerveza negra cuyas jarras condensaban gotitas de agua por la baja temperatura de la cerveza.
―¿Por qué brindamos? ―inquirió John alargándole a Laura su jarra y tomando la suya.
―Pues… ¿por el curso?
―No… ―se negó con desgana―. Por algo más importante.
―¿Más que el curso? Te prometo que el curso es muy importante para mí. Creo que no hay nada más importante. Quiero aprobar con nota y a ser posible sacar matrícula.
―Con O’Toole nadie saca matrícula. Es un buen profe, pero un hueso duro de roer.
―¿Me lo cuentas a mí? Nunca había experimentado una sensación más intensa de “tierra trágame” que esta mañana en la clase de O’Toole.
―Eso es normal en él, casi todos hemos pasado por ese tipo de situaciones. ¡Brindemos por Angus Francis O’Toole! ―sugirió seguidamente―. Nos traerá suerte.
―Si tú lo dices… Nos la traerá… ―dijo sonriente chocando la jarra y bebiendo―. ¡Qué rica! Aunque preferiría estar en una terraza en el centro de Málaga y en pleno verano.
―¿Eres de Málaga?
―Sí, vivo con mi familia allí. Mis padres, mi hermana y mi hermano Miguel, de trece años.
―Un lugar muy bonito, por lo que oído, me gustaría conocerlo alguna vez. Tiene mucha publicidad turística aquí…
―Ya me he dado cuenta en algunas paradas de autobús hay publicidad de viajes a España, en concreto a Málaga. ¿Y tú, dónde vives en Londres?
―Yo también vivo con mis padres y un par de hermanas adolescentes que están como regaderas en Cavendish Avenue, En Saint John´s Woods. Cerca de Regent’s Park y del Club de Cricket de Marylebone. Desde aquí no muy lejos, desde donde te alojas, muy lejos ―le sonrió.
―Da igual ―sonrió ella también―, ni con todo ese lujo de datos sé donde puede estar. ¿Qué edades tienen tus hermanas?
―Julie dieciséis y Jacqueline catorce… Como verás en plena efervescencia de rebeldía y hormonas desquiciadas, les encanta Hannah Montana y andan todo el día con el mp3 incrustado en el cerebro. Son aún muy niñas y no estamos muy unidos. Con eso no quiero decir que no quiera a mis hermanas, pero de momento…, yo ando más conectado con mis amigos sobre todo con Paul. Nos conocemos desde niños y hemos ido al mismo colegio, somos como hermanos, después se nos unió George. El y Ritchie, ¿lo recuerdas? viven Cavendish Close. Como aquel que dice a la vuelta de la esquina. Pero, ¡basta de hablar de mí! ¿Qué quieres que hagamos esta tarde? Es viernes, mañana no hay clase y tenemos mucho tiempo.
―Bien…, ―dudó un momento dirigiendo su mirada hacia una de las ventanas por donde se veía el agua de la lluvia caer sin cesar―.  Viendo la tarde que hace, sólo se me ocurre que podríamos ir al cine. ¿No te parece?
―¡Estupenda idea! Hay un cine que ofrece buenos precios a los estudiantes en Leicester Square. Bébete la cerveza hasta el final, mientras yo pago y nos vamos. No tengo el coche muy lejos y no llueve tanto ahora.
Laura miró la jarra que estaba prácticamente llena y no pensó mucho en las consecuencias, se la bebió del tirón hasta el final.  Le hacía ilusión ir al cine. El primer cine en Londres con un chico tan guapo como John, nunca lo hubiese imaginado.
Cuando llegaron al Prince Charles Cinema John tuvo suerte en encontrar un aparcamiento en la calle que no quedara muy lejos. Tuvieron que caminar un tramo hasta el cine y había empezado a llover de nuevo. John abrió su paraguas y la acercó a él para compartirlo echándole un brazo por encima de los hombros. Laura no pareció importarle, pero en el fondo ni se había dado cuenta. Tomarse la cerveza de un trago le había sentado mal, se sentía mareada, pero calentita y trataba de guardar las apariencias para que él no lo notara.
Delante del cine, John le pidió que sostuviese el paraguas para poder buscar en su cartera un vale para un descuento de dos por uno. Memos mal que no estaba muy escondido, pues la lluvia arreciaba.
―¿Qué prefieres  ―le preguntó mirando la cartelera―, Star Treck. La película, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Los Gunnies…?
Star Treck… ―dijo ella―. Me encantan los paseos por el espacio.
―¿No me digas que eres una [2]trekky?
―Bueno, no me considero tanto como eso, pero siempre me gustaron. Mi madre me ha dicho que ella vio la serie original por televisión cuando era niña en 1965 y 66, con William Shatner y Leonard Nimoy de protagonistas. Yo he visto alguna de su colección de DVD, y todas las películas de cine. Ésta es la única que no he visto de momento.
―Pues prepárate, porque precisamente no es un paseo por el espacio… ―sonrió―. Hay mucha caña en ella.
―¿La has visto ya?
―Sí, pero no me importa verla otra vez… Me encanta. Desde niño tengo una maqueta de la Enterprise en mi dormitorio. Me la montó mi padre.
―Podemos entrar a otra, me es igual. Ya la veré.
―No, no, me gustará volver a verla. Te lo aseguro. ―reafirmó seguro de lo que decía―.  Es muy emocionante y la nave espacial, una pasada.
Entraron en el cine, estaba bastante concurrido, la mayoría gente joven. Fueron buscando sus butacas con el resplandor del móvil, pues la sesión ya había empezado y estaba todo oscuro. Encontraron sus butacas y tomaron asiento. En ese momento la película empezó. Laura se acomodó en su asiento y se dispuso a disfrutar. John como ya había visto aquellas imágenes y dedicó unos minutos a mirarla satisfecho de lo bien que estaba saliendo la tarde.
Cuando salieron la lluvia había parado. Era completamente de noche y las farolas de las calles encendidas se reflejaban en el suelo brillante por el agua. Había bajado considerablemente la temperatura y Laura tiritó inevitablemente. John la miró y le ayudó a ponerse su chaquetón y él se subió la cremallera de su anorak. La chica le sonrió agradecida e iniciaron un paseo por la acera.  
―¿Te ha gustado? ―le preguntó John.
―¡Muchísimo! Es fantástica, ya estoy deseando volver a verla.
―¿Volver a verla? Pero si acabamos de verla.
―Sí, pero cuando a mí me gusta mucho una película la suelo ver hasta diez o doce veces… Y ésta creo que llegaré a la veintena. ¡Es genial!   Chris Pine y el otro… el nuevo Spock… ¿cómo se llama? Lo hacen de maravilla, me gustan.
Zachary Quinto.
―Sí, ése, Zachary Quinto… Son guapísimos, ¡Uuuh! Y tenías razón con la nueva nave… ¡Qué pasada! Y el cerebrito de Chejov…Y el papi de Kirk… ¡qué escenón! Y cuando escapan de agujero negro al final después de cargarse a los romulanos… ¡Qué emoción!
―No puedes negar que no te haya gustado. Pero es cierto, por poco la liñan si no andan listos con los supositorios esos de antimateria… ―se rió recordando lo sucedido en la mañana―.  ¿Imaginas uno por el culo del Mr. O’Toole…?
Laura empezó a reírse a carcajadas imaginando la escena. John se contagió de ella y tuvieron que parar para poder reírse mejor acabando con lágrimas en los ojos de tanto reír imaginándose al profesor.
―Sí...  ―afirmó Laura secándose las lágrimas de los ojos―. Me lo imagino. El pobre Mr. O’Toole enseñando Teorías del Diseño a los romulanos.  ¡Gracias por traerme a verla, ha sido genial!
John se sentía complacido por tanta efusión. Caminaron por la calle sin rumbo de momento, John consultó la hora, eran las 8:40. 
―¿A qué hora tienes que estar de vuelta en la residencia? ―le preguntó.
―A las 11:00.
―Bien, supongo que tendrás hambre… Yo tengo mucha. Hay un McDonald’s en medio de Covent Garden que nos pilla muy cerca de aquí. Te gustan las hamburguesas, ¿no?
―Sí, me encanta todas esas porquerías… y con un poco de mayonesa, mucho kétchup y nada de mostaza.
―Te invito a cenar entonces.
―No, por favor, tú has invitado al cine, yo te invito a la hamburguesa.
―Está bien. Yo pago las bebidas.
A las 10:27 el coche de John se detuvo al borde de la acera cercana a la entrada de la residencia Highgate, apagó el motor y se quedó mirando el fondo de la calle sin fijarse en nada en concreto.
―¿Sabes? ―le dijo a la chica que esperaba para despedirse―. Ha sido una tarde fabulosa…
―Para mí también… He de confesarte que empezó de una manera un poco tonta y creí que iba a estar completamente pasada por agua, pero, después todo, eso cambió…
―Sí ―le dijo John volviéndose hacia ella―, no me lo creerás, pero lo he pasado muy bien.
Sus ojos se quedaron fijos en los de la chica que brillaban con el reflejo de las farolas en la oscuridad de la calle. Laura se sintió un poco incómoda y bajo la mirada para evitarlo.
―Debo irme.
―Aún no son las 11:00
―¿Y para qué aprovechar hasta el límite?
―¿Y por qué no?
Ella se vio atrapada en las palabras de John y no contestó. Estar dentro del coche con un chico que apenas conocía y siendo la primera vez que salían la hicieron inquietarse mucho. Las palabras de su madre recordándole que no diera a nadie su confianza y que tuviera siempre mucho cuidado con los chicos londinenses acudieron a su mente.
―Te has quedado muy callada ―comentó él tras una larga pausa donde el silencio se estaba haciendo molesto por momentos.
―Bueno… ¿Qué quieres que te cuente? ―dijo ella indecisa.
―Cualquier cosa, con tal de llenar estos minutos. Sabes que eres preciosa.
―Sí… me lo dicen todos ―bromeó alegre para romper la tensión.
―En serio, linda y simpatiquísima. Me alegro un montón de haberte conocido… ―John le tocó la cara con el envés de sus dedos
―Gracias por tus amables palabras, pero no creo que sea una buena idea ir por ese camino ―le dijo apartándole la mano―. En la primera cita, no.
―¿A qué camino te refieres?
―Al de los halagos con tal de conseguir algo más que una cita esta noche.
―¿De veras piensas eso de mi? ―repuso John a la defensiva―. Creo que he sido correcto en todo momento.
―Y no quiero que dejes de serlo en el último minuto. ―le advirtió directa―. No creas que es por ti. Pienso eso de todos los chicos. No es porque seas tú en especial.
―…Bueno… si es así, eso le quita hierro… ―sonrió―. Pero sigues siendo linda. ¿No te gusta pasarlo bien?
―Mejor me voy ya ―expuso cogiendo su bolso y la bolsa de la tienda de zapatos de Camden Market.
―Toma ―le dijo ofreciéndole un papel arrancado de su agenda con el número de su móvil―. ¿Puedo tener el tuyo?
―Sí, ¿por qué no? ―admitió tomando la agenda apuntándoselo de su puño y letra―. Toma, ahí lo tienes. Espero que lo uses.
―No has respondido a mi pregunta.
―¿Qué quieres que te diga, John? Me gusta divertirme como a todo el mundo
Laura abrió la puerta del coche y salió de él. Caminó hacia la reja de la residencia, John la siguió inmediatamente y la detuvo antes de que la alcanzara. Le cogió de la mano e intentó pararla, pero la chica se giró de repente y ambos quedaron muy cerca el uno del otro, casi cara con cara. Se miraron largo rato sin decir nada. Hasta que John decidió besarla lentamente, como si tuviera cierto temor de ser rechazado si lo hacía de una manera más efusiva y apasionada.
―Me gustas, Laura ―le dijo quedamente―. Desde que te vi el otro día en el patio de la facultad, me gustas.
―Tú también me gustas, John, pero no quiero precipitar algo de lo que después me arrepienta… No sé si me entiendes… Dentro de nueve meses me iré a mi país, tú te quedarás aquí y todo volverá ser igual.
―Después de conocerte ya nada será igual. Te escribiré y tú me escribirás, hablaremos por el chat y yo viajaré a España a visitarte… Y…
―¡Deja de divagar, John! Sabes perfectamente que cuando haces esas cosas, al final uno se cansa y se olvida de esa persona… Sea como sea, dejemos que las cosas como están y que los acontecimientos vayan despacio. John, no quiero meter la pata, ¿comprendes? No debemos ser tan impetuosos.
―Lo que tú quieras, encanto. Será de la manera que tú quieras.
John volvió a besarla más intensamente, ella se dejó tomar por la cintura. Ser besada por John era muy parecido a subir en una nube de feria y experimentar la caída sin fin. Un sonido en el interior del jardín los sobresaltó. Se quedaron muy quietos para ver si conseguían saber la procedencia del ruido, pero no vieron nada. Al fondo, en la esquina de la casa, vislumbraron unas figuras, corrían agarradas de la mano y se perdieron detrás de edificio.
―¿Qué ha sido eso?
―No sé… ―dijo medrosa, imaginando de qué se trataba―. ¡Debo irme!
―…Eran dos personas… ―conjeturó John sin escuchar lo que le decía.
―Y yo qué sé, No he visto nada.
―¡Eran dos personas…!
―Pues tal vez, John… Podría ser cualquiera de los que trabajan en esta residencia. Habrán salido a tirar la basura o yo qué sé.
―¿A tirar la basura? ―repitió mirándola incrédulo―. Pues qué bien se lo pasan tirando la basura aquí… ¿Eran dos chicas?
―Te he dicho que no lo sé. No las vi.
―Pero…
―¡Buenas noches, John! ―concluyó Laura tajante dándose media vuelta para llamar al timbre de la reja.
―¡Espera! ¡Espera! ¡Espera! ―la detuvo de nuevo cogiéndola por un brazo―. Está bien… Me olvido de lo que acabamos de ver. ¿Te llamo mañana?
―Llámame.
―Podremos ir a dar un paseo por Regent’s Park, si no diluvia como hoy y si llueve podremos divertirnos en una disco.
¿Te gustan las discotecas?
―Tal vez. No sé… Además, tengo muchas cosas que hacer para el lunes.
―Tengo grandes proyectos para ti, Laura. No te preocupes por eso. Hasta mañana.
―Hasta mañana, John.
La chica llamó al timbre y la reja se abrió poco segundos después. Un fugaz beso del chico la despidió, mientras se quedó mirándola como se alejaba a través de los barrotes de la cancela ya cerrada, hasta que llegó a la puerta principal y aquella se abrió.
―Buenas noches, Miss Bernal ―dijo la  subdirectora consultando el reloj.
―Buenas noches Mrs. Anderson ―la saludó entrando.
Laura se detuvo a limpiarse los pies en el enorme felpudo de fibra vegetal que había tras el portal de la puerta de entrada.
―Si me permite un consejo, Miss Bernal ―apunto la  subdirectora―. No debería apurar tanto el tiempo, sobre todo por la noche.
Laura consultó su reloj, no eran todavía las 11:00.
―¿Lo dice por algo en especial, Mrs. Anderson?
―Lo digo porque las cucarachas y los famosos son los únicos seres que pueden quedarse levantados toda la noche y comer cualquier cosa.
―Pues tranquilícese, Mrs. Anderson. Seamos realistas, no soy famosa y tampoco soy una cucaracha. Así que no pida un imposible.  Son la 10:50. Es correcto, ¿no?... Pues, si me disculpa, debo irme a la cama. Buenas noches.
―Buenas noches, Miss Bernal.
Laura terminó de limpiarse sus nuevas botas rosas en el felpudo, y continuó su camino escaleras arriba. Kate Anderson la observó en silencio, las botas le llamaron la atención, pero en jovencitas de aquellas edades no era raro ver extraños atuendos.  Con el picaporte de la puerta en la mano dio un paso hacia afuera curioseando el entorno. Oyó el motor del coche de John ponerse en marcha y la ráfaga de luz de sus faros alumbrar la calle por la que siguió su camino. Cerró la puerta con llave. Todo el mundo estaba en la casa.










[1] Diferentes tipos de cerveza.
[2] Trekky. Nombre que se les da a los seguidores acérrimos de la serie  americana de ciencia ficción Star Treck (Paseo por las Estrellas)

Una Erasmus para Laura - Capítulo 9


Había amanecido una mañana lluviosa y los días empezaban a ser verdaderamente cortos y fríos a pesar de estar en un recién estrenado otoño, Pero en Londres el otoño es insospechado, cambiante, alocado y, en ocasiones, es como el invierno de muchos lugares; lo que significa más abrigo, más guantes de lana y más bufandas, ir con los chubasqueros, paraguas e impermeables a todas las partes porque de repente te puede caer una tromba de agua y coger un buen resfriado por culpa del clima. 
 Laura apenas había dormido aquella noche, las ideas que le había metido Vicky, no dejaban de dar vueltas y vueltas en su cabeza en pugna con los deseos de dormir, que eran derrotados cada vez que la asaltaba el recuerdo de aquel pasillo en el sótano de la residencia. ¡Qué noche había pasado! Además de una ruidosa tormenta que no había dejado de castigar los cielos con resonantes truenos e incandescentes rayos, cuya luz repentina y fugaz entraba por la ventana iluminando la habitación por unos segundos. Ni escondiendo la cabeza bajo la almohada podía dejar de sentirse vulnerable al fenómeno atmosférico que junto a sus arredrados pensamientos hacían que no le llegara el camisón al cuerpo. Cuando miró el reloj y vio que estaba despierta a las 5:00 de la mañana, un monumental cabreo se apoderó de ella, porque sabía que ya no se quedaría dormida hasta las 7:00 al menos, y no había tiempo, pues el timbre, que hacía de despertador, no le permitiría ni siquiera descabezar el cansancio porque iba a sonar a las 6:30. Como así sucedió.
Carmen, sin embargo, había estado durmiendo toda la noche seguida. Parecía no importarle mucho lo que allí sucedía y su clara despreocupación la hicieron dormir a pata suelta.
Lourdes también estuvo dándole vueltas a la cabeza, pero el cansancio la venció a eso de las 2:00 y sus sueños se desviaron por senderos más alegres, ya que hablaba dormida, y verdaderamente parecía estar en un lugar muy divertido. A las 5:15 Laura le tiró una de sus almohadas a ver si podría hacer el milagro de que callase en sus juergas oníricas, pero el resultado únicamente duró unos minutos antes de que empezara de nuevo con los cuchicheos inentendibles que tanta gracia le hacían. De ese instante al momento en que el sonido odioso del timbre, que no se retrasaba un segundo de las 6:30, comenzó a sonar, pareció un mínimo intervalo entre un parpadeo y otro. Al abrir definitivamente los ojos tras el estridencia del dichoso timbre, que parecía sonar debajo de cada cama, no podía  por lo menos  que estar de un humor de perros, pero era imposible sentirse de otra manera a esa hora de la mañana y sin haber pegado un ojo en toda la noche.
Lo peor fueron las clases. Laura apenas podía mantener sus ojos abiertos en la de Teorías Temáticas de la Arquitectura, por mucho que quería estar atenta y sacar apuntes de la conferencia que Mr. O’Toole les daba, fue imposible y cuando menos lo esperaba, los ojos se le cerraron, mientras apoyaba su cabeza sobre una de sus manos y miraba hacia su libreta con el bolígrafo en la otra. Se quedó dormida.
Para John Lane, que se dio cuenta, la imagen fue genial. Sacó su móvil y le hizo una foto sin flash, pero fue suficiente con la iluminación del aula, sería ideal para subirla a su página de Facebook. Continuó mirándola divirtiéndose con la escena pero pensando que si Mr. O’Toole se daba cuenta, habría una buena reprimenda personal, y Laura le parecía tan frágil y angelical durmiendo apoyada en su mano de aquella inocente manera. Hizo una bolita de papel y se la tiró, pero no sirvió de nada, la disertación del profesor la había hecho caer en los brazos de Morfeo de una manera contundente. Sin estar dispuesto a que Mr. O’Toole la descubriera siguió con su bombardeo de bolitas de papel hasta que consiguió que abriera los ojos. Desorientada por un momento, miró a su alrededor sin saber de donde procedían los proyectiles hasta que dio con los ojos de John Lane, que la miraba sonriente. Le hizo gestos de que no se moviera demasiado, porque conociendo al profesor O’Toole podría tener problemas.
―¿Algo que no comprenda? ¿Miss…? ―O’Toole consultó sus listas―… Miss Bernal.
Laura dio un respingo al oír su nombre y miro fijamente al profesor con los ojos enrojecidos del sueño. Carmen se escondió detrás del compañero delante de ella, pero al comprobar que el asunto iba con su hermana se relajó.
―No, profesor, todo está muy claro ―dijo Laura intentando parecer atenta.
―¿Laura o Carmen?
―Laura, señor.
―Bien, Miss Laura Bernal, ¿podría ilústranos con sus propias teorías sobre el tema, por favor?
―¿Mis teorías? ―dijo vacilante―. Mis teorías… ―respiró profundamente bastante desconcertada y sin poder pensar con mucha claridad.
De repente una voz de chico le sopló por detrás algo que la hizo salir airosa de aquel aprieto.
―Dile que estás leyendo a Vitruvio: De Architectura libri decen ―le dijo Paul en un susurro― y que cuando acabes no tendrás objeción para confrontar tus ideas con las del tema.
Laura repitió palabra por palabra lo que había escuchado encomendándose a los Santos porque conocía a Vitruvio, pero no había leído ninguno de sus libros.
―Excelente, Miss Bernal ―admitió el profesor O’Toole―. Una joven con proyección de futuro que se apoya en las viejas teorías de Vitruvio. ¿Y qué parte de su obra le gusta más?
Laura se quedó parada esperando el nuevo soplo de su salvador.
―Principalmente me apasionan la documentación de tradiciones arquitectónicas anteriores, señor ―dijo tras escuchar la voz que le hablaba desde atrás―. No en vano Marcus Vitruvius Pollio… es el autor de la investigación más antigua sobre arquitectura… que ha llegado a nuestros días, señor.
―Excelente, otra vez, señorita. ¿Española?
―Sí, señor.
―¿Becaria?
―Sí, señor ―volvió a repetir sin dejar de sentirse cohibida por la voz del profesor.
―Comprendo… ¿Erasmus?
―Sí, señor.
―Es un rasgo muy loable que debe ser tenido en cuenta al conceder una beca. Me refiero a una capacidad intelectual alta y un sentido exacto del idioma… Pero nunca me había planteado que ser dormilona fuera una cualidad para las becarias Erasmus. ¿Y ese sueño repentino, Miss Bernal? ―Laura agachó su mirada avergonzada por su actitud― ¿Quizá la tormenta o una larga noche de sobresaltos? O mejor, sin el prefijo sobre… sólo saltos.  Ya es famoso el carácter insubstancial de las becarias “orgasmus” que vienen a estudiar a esta universidad.
―¿Perdón, señor? ―inquirió sin comprender el ácido humor del catedrático.
Las risas surgieron desde todos los puntos del aula. Laura miró a un lado y a otro y se sintió enrojecer sin saber muy bien por qué, estaba ofuscada y su entendimiento se había cerrado, pero presentía que el comentario de Mr. O’Toole no había sido muy cortés.
Paul McClellan la miraba desde su mesa sin participar de las risas, intentó ayudarla en todo lo que pudo, pero no evitó la mofa que O’Toole la ridiculizara, como solía hacer como castigo a los alumnos que interrumpían sus clases.  De repente Paul había sentido pena por aquella chica y un extraño sentido de protegerla había surgido en su corazón, molestándole los comentarios mordaces que otros compañeros hacían y escuchaba a su alrededor. ¿Dónde había estado aquella muchacha todos los demás días desde que comenzaron las clases? No la había visto, aunque mejor era preguntarse: ¿Dónde había estado su cabeza desde que había roto con Jane?  Pero allí había aparecido ella, seguía de pie, parecía muy desvalida y ofuscada, con el rubor hirviendo en sus mejillas semejando sus carillos a la piel de un melocotón rojo, recién cogido de un árbol. Mr. O’Toole había dicho becaria y española… ¡Qué guapa era! Se dijo y deseó haber sabido la forma de sacarla de aquel apuro, pero no se le ocurría cómo. Aunque de repente pareció que a John sí.  Alzó su voz y preguntó al profesor por el tema del que hablaba antes de ensañarse con la muchacha.
―Entonces, Mr. O’Toole ―le dijo con seriedad y firmeza―, intuyo que a la señorita Bernal y a mí no nos han quedado muy claro que si el cumplimiento del fin arquitectónico principal, del que usted habla, exige sacrificar otros fines habituales.
―Interesante visión del tema, señor Lane ―afirmó el catedrático centrándose de nuevo en la materia―. Como siempre sus intervenciones son brillantes y pueden hacer pensar a sus compañeros permitiéndoles indagar en el tema que tocamos hoy. Pero dado el escaso tiempo que nos queda de clase, contestaré yo mismo.
» Las teorías temáticas buscan el cumplimiento de un fin principal, como ya he dicho, frecuentemente a costa de otros fines habituales de la construcción. Las teorías que buscan cumplir simultáneamente varios fines, o quizás todos los fines conocidos, que se puede dar el caso, las discutiremos en la página de Las teorías de síntesis arquitectónica. Si son tan amables y buscan esa página en el texto que estamos usando en este curso, podrán observar que algunas de las teorías que ven en la tabla de la página siguiente, son ciertamente anticuadas ahora y tienen poco interés a un constructor moderno. Véase Vitruvio y su obra, pero contienen información todavía válida sobre metas importantes de construcción, notablemente en las cuestiones de la funcionalidad, estructura, economía y ecología. Las últimas teorías denominadas todavía válidas, se pueden ver como ramas edificio-específicas de las teorías meta-específicas generales que pertenecen a toda clase de productos y que se enumeran en los temas de Paradigmas de la Teoría del Diseño, que veremos en el segundo cuatrimestre.  ¿Conforme, señor Lane, señorita Bernal?
―Perfectamente, señor ―dijo John―. Como siempre es usted muy conciso en sus respuestas que no dejan lugar a dudas.
―Clarísimo, Mr. O’Toole… ―pronunció apenas audible Laura. Pero… tengo una pregunta.
O’Toole se volvió hacia ella, estaba convencido que no iba a abrir la boca y  aquella reacción el sorprendió, sin embargo instó a Laura a exponer su duda delante de la clase.
―Usted dirá, Miss Bernal… ―le dijo expectante.
Ella miró al catedrático y tragó saliva, en ese instante estaba más preocupada de su inglés que de lo que tenía que decir. Dudó un instante, como si de repente no supiera encontrar la palabra necesaria para comunicar sus pensamientos. Sintió que la clase la miraba y esperaba su pregunta. Carraspeó, aquellos segundos le parecieron eternos y ya se creía una idiota por no haber empezado a hablar de inmediato.
―¿Le sucede algo, Miss Bernal? ―le preguntó Mr. O’Toole―. De repente ha perdido el habla o ¿le ha comido la lengua el gato? ¿Estaremos aquí mañana todavía para cuando ya por fin conozcamos su duda?
―Sí ―dijo ella impulsivamente―.  Quiero decir, no… La haré… la haré ahora mismo ―carraspeó de nuevo y emergió de su instintiva timidez de repente lanzándose a lo que saliera e intentando hacerlo lo mejor posible―. Bien, Mr. O’Toole, mi duda es muy simple y es la siguiente: Acerca de las teorías temáticas de las que usted ha hablado… y del fin final que supuestamente buscan… Este cumplimiento estará basado en la teoría que el mismo arquitecto diseñe. Luego implica un libre albedrio de estas normas ¿no es así, señor?
―Completamente, Miss Bernal. Los diseños de un arquitecto quedan a la elección del diseñador y las normas que éste elija.
―Gracias, Mr. O’Toole.
Mientras John intentaba continuar hablando con el catedrático del mismo tema, Laura se volvió a sentar, estaba petrificada, pero contenta porque había superado su prueba de fuego, hablar en la clase sin atascarse por los nervios… Ése había sido su temor allí, pero lo había rebasado y, además, con buena nota, porque nerviosa sí que estaba, y mucho, pero se sintió orgullosa de sí misma en ese instante. Tenía las lágrimas a punto de desbordarle los ojos, pero un clínex de la mano de Paul McClellan, llegó muy a tiempo por encima de su hombro para evitar que se sintiera por eso más estúpida.
―Gracias ―le susurró cogiéndolo y enjugando sus ojos. Respiró hondo y miró a Paul de reojo, pero no le pudo ver bien, no quería ni moverse.

Una Erasmus para Laura - Capítulo 8

A la mañana siguiente el horario de clases en la Escuela Bartlett no fue muy denso y antes del medio día habían vuelto a la residencia. Laura soltó su carpeta y se echó en la cama, estaba cansada, aquella había sido la primera mañana en que levantarse le había costado trabajo, pues le había costado mucho conciliar el sueño aquella noche después de las confidencias de su compañera de cuarto Vicky Blackwell. Todo aquello era del todo increíble. ¿Cómo en una residencia de chicas podía pasar algo así? ¿Robin era un vil macarra con aquel aspecto? No se lo podía creer.  Era más que impensable que el sobrino de la dueña fuera una especie de proxeneta y nadie lo supiera… ¿Nadie?  Se preguntó.  De repente un temor profundo apareció en el fondo de su corazón… Robin no parecía muy despierto y todo aquello sonaba a un negocio muy aventajado para ser idea de un chico como él… ¿Habría alguien más detrás del simplicísimo sobrino de la dueña?
Sonaron unos golpes secos en la puerta. Laura se sobresaltó porque sus pensamientos no eran precisamente tranquilizadores. Pensó que Carmen estaba de broma y desde la cama le dijo levantando la voz:
―¡Entra, que no hay llaves!
Pero la puerta no se abrió y los golpes secos sonaron de nuevo.
―¿Carmen?
Nadie contestó. Molesta por lo que creía una broma pesada, Laura se levantó de la cama y fue a abrir la puerta encontrándose de lleno con la sonrisa bobalicona de Robin Rhys-Meyers. Dio un respingo hacia atrás al verle allí delante de su puerta, que, sin pensarlo, se plantó en medio de la habitación.
―Miss Vernel ―dijo agrandando la sonrisa y con tono amable―, Mrs. Moneymaker me ha dicho que ayer por la mañana pidió ver las mesas que se guardan en el sótano. Vengo para eso, antes de la hora de comer.
―¡Sí! ―exclamó sobresaltada aún, deseando que Carmen entrara por la puerta―. ¿Yo dije eso?... Pues no recuerdo… a lo mejor es un error. No creo necesitar ninguna mesa de las del sótano, Robin.
―Pues lo tengo bien anotado en la agenda por la misma Mrs. Moneymaker… ¿Quiere verlo?
―Déjame ver, por favor… ―le pidió la agenda que tomó alargando la mano como si Robin fuera a darle una descarga eléctrica. La consultó y era cierto que estaba apuntado con una letra impecable y clara que no podía ser de otra más que de una de las gobernantas de planta―. Sí, veo que alguien ha apuntado eso…, pero es que… es que… ¡He cambiado de idea!
―Le aseguro Miss Vernel
―Bernal… Miss Bernal, si no te importa, Robin.
―Disculpe, Miss Bernal…―sonrió de nuevo―, pero es tan fácil equivocarse… Volviendo a lo que me ha traído aquí, el material que se guarda en el sótano está como de primera mano, mi tía sólo conserva lo que está realmente nuevo, lo demás lo tira o lo da a beneficencia.
―Comprendo…, admirable su tía…
―Acompáñeme, por favor, veremos si puedo complacerla.
―¿Complacerme? ―inquirió alarmada mirándole con los ojos como platos―. ¿Cómo que complacerme?
―Encontrando una mesa para usted, Miss Bernal. ¿De qué otra forma podría complacerla?
―Pues… pues…  Claro que sí… buscando una mesa… Sí, acompañándome a buscar esa mesa que necesito. Vamos.  Lourdes, bajo un momento con Robin, ahora vuelvo ―chilló hacia dentro de la habitación para hacer creer al chico que su compañera Lourdes Sanz estaba dentro.
Pero Lourdes subía por las escaleras en ese instante y apareció al fondo del pasillo sin comprender porque Laura gritaba su nombre. Se apresuró preocupada y cuando Laura se volvió de cerrar la puerta se dio de lleno con la cara de su amiga.
―¿Qué pasa? ―inquirió alarmada―. He oído que me llamabas.
―¡Lourdes! … qué apunto… ―sonrió Laura con una mueca de desencanto mirando a Robin de reojo para ver si había notado su ardid. No lo parecía pero en la mente de aquel chico nadie sabía qué estaba pasando. Siempre parecía ausente.
―Miss Sanz, creí que estaba dentro de la habitación.
―No, Robin, estaba fuera, ¿Por qué?
―¿Cómo ha salido?
―¡Por la puerta, Robin ―se apresuró a explicar Laura para salvar la situación―. Es que ha sido muy rápida
―Pero, ¿para qué gritar, Miss Vernel?
 ―¡Bernal! ¡Por amor de Dios! Es Bernal.
―Discúlpeme, Miss Bernal, no sé qué me pasa con su nombre, pero es que todo el mundo lo confunde. Perdóneme, parezco idiota ¿Vamos a ver las mesas? Se acerca la hora de comer y estoy hambriento.
Laura le miró con los labios apretados para contener sus palabras pensando que era un completísimo idiota, mucho más idiota de lo que él pensaba.
―…Sí ―dijo cuando se le hubo pasado el enfado―, vamos, las dos.
La mano de Laura se asió a la de Lourdes y la arrastró prácticamente escaleras abajo hasta llegar al sótano. Lourdes se imagino que había pasado y experimentó la misma inquietud que su compañera Laura.
Bajaron hasta el subsuelo de la casa y Robin se detuvo un instante a encender las luces. El lugar parecía limpio y no olía a humedad. Al fondo, bien almacenado, estaban los enseres de los que le habían hablado. Laura y Lourdes curiosearon un poco entre todas las cosas, hasta que Laura encontró una mesa de arquitecto, perfecta para sus planes.
―¡Esta, Robin, si no te importa! ―la señaló con el dedo―. Cuando puedas sube ésta.
―De acuerdo, Miss Bernal. Apunto su número y se la subo en cuanto pueda.
―Gracias, Robin eres muy amable.
―De nada Miss Vernel.
Ella se volvió con la intención de corregirle, pero desistió al segundo siguiente, encogiendo sus hombros, al encontrarse con la mirada resignada de Lourdes que se reía.
―Deberías tener por nombre de pila “Suavizante” ―bromeó divertida tapándose la risa con la mano.
―Muy graciosa, tía.
Los ojos de Laura alcanzaron entonces a ver un pasillo. La puerta estaba entreabierta y una mujer que no pudo ver bien andaba a lo largo de aquél con útiles de limpieza. Robin estaba haciendo sus apuntes en una libreta, y ella aprovechó para correr a curiosear tras aquella puerta que le había llamado la atención. Lourdes la miró, casi sabiendo qué pretendía, y se quedó quieta para no llamar la atención de Robin que seguía escribiendo. Laura llegó a la puerta y la abrió un poco, las bisagras chirriaron un poco y ella miró atrás, temerosa de ser descubierta. Pero el sobrino de Mrs. Rhys-Meyers seguía con sus apuntes.
Como Vicky le había contado, vio un pasillo largo con seis o siete puertas al lado izquierdo. Algunas de las puertas estaban medio abiertas y salía luz del interior. Intentó colarse para investigar y dio tres o cuatro pasos por el corredor,  empujó con un dedo la primera puerta  descubrió una habitación mejor decorada de lo que ella esperaba, con una cama en el centro, había también una sofá, antiguo y la pequeña ventana con visillos blancos… y ya no pudo ver más. La figura de Mrs. Marsan saliendo de la segunda puerta la espantó, ocasionándole un sobresalto inesperado. La joven reculó asustada.
―¡Miss Bernal! ―la reprendió enérgica―. ¿Qué hace aquí?
―Oí… oí ruido y creí que era Robin… ―dijo como excusa momentánea―. Bajé con él a buscar una mesa… y me he equivocado de lado del sótano… Pensé que podría ser él.
―¿Una mesa? ―repitió sin creerse la sarta de mentiras que acababa de contarle aquella jovencita―. Los muebles y enseres están en la zona opuesta a ésta, Miss Bernal. Si es tan amable… ―la invitó con la mano a abandonar el corredor.
―Sí… Gracias Mrs. Marsan, es muy amable.
―De nada, Miss Bernal, es un placer poder ayudarla.
Laura se volvió sobre sus pasos, pero al salir por la puerta vio en unas cestas sábanas amontonadas para la lavandería. Se volvió a mirar el pasillo. Mrs. Marsan la seguía observando desde él.  La mujer no la perdió de vista hasta que llegó a la escalera y comenzó a subir a la planta baja. Al alcanzar el piso superior oyó como el timbre convocaba a todas las chicas al comedor y el murmullo de sus charlas al bajar por las escaleras de los pisos superiores llenó el ambiente enseguida. Laura venía pensativa con lo que le acababa de suceder y se quedó parada mirando a las otras chicas que no dejaban de bajar en su camino al comedor. Desde el rellano del primer piso vio aparecer a Chris Pliper y de repente recordó lo que Vicky le había dicho que aquella chica. Chris tenía aspecto de una muñeca Barbie, con una gran melena rubia ondulada que le caía por la espalda, unos grades ojos azules brillaban en una cara de piel blanca, fina y bien delineada. Sus medidas debían ser las ideales y los pantalones vaqueros le sentaban del diez. No le extrañó a Laura que los chicos se fijaran en ella. Era una chica moderna y atractiva, igual que su amiga Debbie Leonard. Tenían un aspecto muy parecido y siempre andaban juntas. Laura las miró y pensó en ella misma, No tenía, ni por asomo, el aspecto de aquéllas dos, pero se veía bonita y lo suficientemente atractiva para atraer la atención de un chico. Secretamente en su corazón guardaba la esperanza de lograr que un chico se fijara en ella durante su estancia en Londres, no buscaba el amor ideal, pero si tener un novio con quien salir, con quien hablar y compartir sus sentimientos e ideas… Alguien con quien llenar la soledad que sentía en su corazón desde que rompió con Julio, un novio de dos años que la traicionó horriblemente y la dejó sin que ella comprendiera nada. Superarlo le había llevado mucho tiempo y deseaba encontrar a alguien que le reafirmara su autoestima femenina. Aunque si tener aquel aspecto de muñeca Barbie era una condición imprescindible para poder tener novio, Laura realmente no sabía cómo adquirir aquella imagen llamativa que parecía gustar tanto a los jóvenes londinenses. Sin pensarlo se acercó a Chris Pliper que ya estaba en la puerta del comedor a punto de entrar.
―Hola ―dijo sonriente abordándola sin ningún tipo de cortedad. La joven se detuvo la miró.
―Hola ―le contestó Chris―, ¿quién eres?
―Soy Laura Bernal, soy nueva este año…
―Sí, lo sé ya. Todo el mundo lo sabe. Eres una de las hermanas “Vernel” ―rió de una manera ridícula mirando a su compañera Debbie―. Es una de las que llaman suavizante por aquí…
Laura la miró ceñuda, molesta por el comentario que no esperaba, pero en realidad no se podía esperar otra cosa de aquella niña que estaba tan pagada se sí misma que era una tonta integral.
―Eso no ha tenido gracia, ¿sabes?
―¿Ah, no? Pues a mí me parece muy divertido. Comprende cariño, que la vida en este antro es terriblemente aburrida.
―Perdona, creí que merecía la pena conocerte, pero veo que me he equivocado.
―¡Oye! ―fue ahora Chris quien se molestó―. ¿Qué insinúas que no merezco la pena?
―Nada, no insinúo nada. Afirmo, que no es lo mismo.
―¿Y por qué quieres conocerme? Ni siquiera estudiamos lo mismo, nuestros horarios no coinciden y no creo que pudieras ser una rival para mí en ninguna discoteca…, guapa.
―Me dijeron que eres como una reina en la Facultad de Literatura de Westminster… y quise tomar alguna lección a ver si aprendo algo de ti…, guapa.  ¿Qué me recomiendas para leer? De quién mejor que de alguien con tanta fama, conocimiento y prestigio.
―¿Eso te dijeron? ―esbozó un vanidosa sonrisa que no escapó a los ojos de Laura quien pretendía envanecerla―. ¿Quién te lo dijo?
―Compañeras… Me dijeron eso y que eras un buen cliente de Robin Rhys-Meyers.
Chris pareció alarmada, miró a su amiga Debbie sin decir nada, pero ambas parecían preocupadas.
―¡Baja la voz! ―le ordenó rápidamente―. Ven siéntate con nosotras a comer y hablaremos. —Se volvió de nuevo a Debbie y le susurró muy bajo―. Acaba de ocurrírseme una gran idea.
―Ten cuidado, Chris… Las nuevas son las peores. 
―No te preocupes, esto nos hará ganar unas libras…
Laura las siguió en silencio pasó de largo de la mesa que ocupaban su hermana Lourdes y Vicky Blackwell le sonrió con un guiño cuando vio que seguía a las “diosas” de la residencia. Tomaron asiento y esperaron a que Mrs. Santoretti acabara de servir los platos con sopa de puerros, entonces las chicas empezaron a comer. Laura miraba a sus compañeras de residencia sin sentirse muy segura de que hubiera sido una buena idea acercarse a ellas, pero ya estaba hecho; para bien o para mal no podía levantarse de aquella silla y largarse sin más, entonces nunca se iba a quitar el sambenito de idiota. Conocía a muchas como la Pliper y la Leonard y daba igual, allá donde aparecieran eran lo mismo. Detestables. Carmen, su hermana, le hacía señas desde la mesa que ocupaba, sin comprender por qué se había sentado con aquellas tontas, pero ella no le contestó.
―Y bien ―dijo acabándose la sopa rápidamente―. ¿Qué me recomendáis?
―¿Qué tipo de literatura te gusta…? ¿Cómo era tu nombre…? ―admitió haberlo olvidado con una risita que ponía a Laura de los nervios.
―Suavizante, ¿no lo has dicho tu misma? ―alegó mordaz.
Debbie y Chris volvieron a reírse, pero esta vez menos afectadas y un poco más serenas.
―Eso era una broma, tía. ―dijo Debbie―. Yo soy Deborah Leonard y mi compañera Christine Pliper.
―Laura Bernal, encantada, chicas. ―les sonrió esperando que soltaran la bomba en cualquier momento. Halagarlas había sido una buena idea―. Me gustan los “libros” románticos, calientes y de mucha acción.
―¿No me digas? ―repuso la Pliper mirándola de arriba abajo―. ¿En sentido figurado o en ambos sentidos?
―En ambos… Si no, ¿por qué estaría aquí con vosotras? He oído muchas cosas desde que llegué…
―¿Quién lo diría con ese aspecto? ―la volvió a mirar Debbie de arriba abajo.
―¿Qué le pasa a mi aspecto?
Debbie y Chris se miraron de nuevo y rieron entre ellas cómplices de los mismos pensamientos; después volvieron a mirar a Laura, pero tuvieron que guardase sus comentarios porque de nuevo Robin y Mrs Santoretti estaban retirando los platos de la sopa y servían el segundo plato: Pasta a la Boloñesa. Laura miró el plato, que desprendía un humillo tibio y maravilloso, respirando hondo, porque la señora Santoretti guisaba muy bien la pasta.  No en vano tenia aquel nombre italiano, aunque fuera adquirido por su matrimonio con el señor Santoretti, que era uno de los jardineros de la casa. Pero estaba visto que había aprendido a cocinar a la italiana para satisfacerle. Cuando el sobrino de Mrs. Rhys-Meyers y la cocinera se hubieron alejado con los servicios, las dos chicas sacaron una bolsa de aseo de tamaño mediano con una bolsa de plástico en su interior y echaron el contenido del plato en ella. Laura las miró sorprendida. No se lo podía creer.
―¿Qué hacéis? ―les dijo alarmada.
―¿Crees que nos vamos a comer esta bazofia para engordar como vacas? ―apuntó Debbie en voz baja―. Aprovecha, echa tu plato ahí, que nadie se dará cuenta.
―¿Y cómo os desharéis de la bolsa? Se notará al salir. Una bolsa de aseo en un comedor… cómo que no…
―Salimos en tropel, nadie mirará lo que alguna de nosotras lleva en la mano… ―le aclaró Chris―. Y tiraremos al váter el contenido de la de plástico cuando subamos a nuestra planta.  Después la lavamos con jabón para usarla nuevamente, nunca se sabe si podemos tener déficit de bolsas de plástico ―rió divertida al terminar su explicación.  
―¿Sólo la sopa vais a comer?
―Está buena y caliente ―aclaró Chris―. Es suficiente.
―Venga tira esos macarrones… ¡Qué asco, por Dios! Piensa que se pegarán a tu culo como sanguijuelas y sacaran tu celulitis a la vista. ¡Tíralos de una vez!
Laura, sin esperar un segundo más, no tuvo más remedio que cambiarles el plato por uno de ellas ya vacío y Chris vertió sus macarrones en la bolsa. Aquel día se quedaba sin almuerzo y verdaderamente lo empezaba a lamentar ya.
―Así es como se llega a ser diosa para que los chicos se fijen en ti… ―le dijo Chris ufana de su hazaña―. Mira al resto… son gordas como morsas, como ballenas.
―¿Y cuando no podéis tirarlo? ―se interesó por los trucos que usaban aquellas dos idiotas que se creían muy listas.
―Vomitamos al subir. Eso es fácil ―dijo Chris―. Con que haya unas bragas de María Salvatore en el cuarto de baño es suficiente… La nausea está asegurada. Es una sucia italiana, tiene pelos negros hasta en las axilas que le huelen a cebolla podrida de un segundo para otro y no se depila la línea del bikini ―se burló de la chica con mucha carga de maldad―. Imagínate, un gato detrás de sus bragas de cuello vuelto y además apestoso.  Es gorda como un globo y come como una cerda. Y lo peor es que aquí nos quieren poner de la misma forma que esa italiana.
―Sí… ―afirmó Laura escondiendo su tristeza al escucharlas y forzando una sonrisa que a duras penas le salió―, gordas y fofas como [1]Jabba el Hutt ―les siguió la corriente para no entorpecer el curso de la conversación―.Y bien, ¿no pensáis responderme, chicas?
―Lo tuyo no tiene respuesta ―dijo Debbie―, pero nunca se sabe… Puede que haya alguien por ahí que le guste una clase de “literatura hispánica”, todo depende del material que ofrezcas
―…El material que ofrezca…
―Sabes que los chicos son cada vez más exigentes ―continuó la misma bajando el tono de la voz―. Pero podríamos conseguirte instrumentos para ilustrarte un poco en esos menesteres. Aunque no creas que eso te será gratis.
― ¿Material? ―puso Laura cara de asombro siguiéndoles el juego―. ¿Os referís a material porno?
―¡Quieres callar la boca! Si nos oyen podrían expulsarnos directamente ―musitó Chris enfadada agachando la cabeza para que el resto de las chicas no la escucharan―. Te saldrá un poco caro.
―¿Cuánto es un poco caro para ti, encanto? ―continuó Laura haciéndoles el juego.
―Cien libras…
―Bueno, no es que sea barato, pero de necesitarlas, en unos días se podrían conseguir.
―¡¿Tienes cien libras a tu disposición ahora mismo?! ―exclamó Debbie sorprendida.
―Bueno ahora mismo, lo que se dice ahora mismo, no porque estoy en el comedor de la residencia, pero puedo intentar conseguirlas, escribiré a mis padres un e-mail diciendo que necesito dinero para comprar algunos libros de texto y me las enviarán para poder disfrutar de la “Literatura Romántica” a tope. Todo si merece realmente la pena, que la guita no se suelta hasta que no se ve el género.
La dos inglesitas se quedaron boquiabiertas cuando vieron que Laura no se había echado para atrás a oír la cantidad y la mente de Chris comenzaba a pensar en todos los trapitos que podría comprar con cincuenta libras extra, ya que las otras cincuenta se las tendría que dar a Debbie.
―¿Y qué hay de los tratos con Robin?
―…Bueno… eso lo habláremos luego cuando ya tu aspecto mejore, tía. Todo a su tiempo.
―¿Cómo que todo a su tiempo? ―protestó Laura interpretando su papel de manera magistral, empezaba a sentirse orgullosa de sí misma―. Acabo de estar con Robin abajo y he visto ese pasillo con habitaciones que Mrs. Marsan cierra con llave. Pero, ¿qué os habéis creído, que me he caído de un nido?
―¿Has visto “la guarida”? ―le preguntó Chris.
―Sí ―contestó suponiendo que “la guarida” era aquel lugar.
―¡Bajaste con Robin!
―Sí.
―Pues, ¡Chica, tú sí que estás desesperada! ―exclamó Debbie sorprendida y espeluznada―.  Porque para tirarse a Robin hay que estar desesperada…
―Es lo único que hay a mano, chica… Soy nueva.
―Sí, no eres la única que acude a él para hacerlo, pero qué estómago tienes ―aclaró Chris―, por supuesto pasadita de cervezas y cerrando los ojos para imaginarse al pibe que te gusta, podría admitirse.
―¿Cuánto se paga?
―Diez a Robin y Diez a mí por ponerte en contacto con él ―expuso Chris llevándose el tenedor a la boca.
―Ya no te necesito para contactar con él…, luego sólo serían esas diez libras por la habitación.
―No, eso no es todo ―insinuó Debbie poniendo cara de interesante―, hay más…  
―¿Qué más hay?
―Realmente eres un poco tonta, tía.  Si quieres  tripis o bebidas más fuertes… Nosotras te las podemos proporcionar. Tengo un buen contacto en The Bull’s tail Pub y eso no es gratis. ¿Qué sería una noche con el chico de tus sueños sin colocarte un poco y beber un buen whisky?
―Sí, llevas razón, eso entona el ambiente ―le contestó sintiéndose un poco asustada por aquellas dos que iban de diosas y no eran nada más que unas vulgares alcahuetas.
De nuevo tuvieron que guardar las apariencias cuando Mrs. Santorelli se acercó de nuevo a ellas para retirar el plato de la pasta y servir los postres. Manzanas asadas con miel y canela.
―Veo chicas que esta noche tenéis mucho apetito, vuestros platos están limpios…―comentó Mrs. Santoretti al retirárselos―. Aquí tenéis… Esto hará vuestras delicias, niñas. ¡Buen provecho!
Les puso los platos con la fruta asada, Debbie y Chris se quedaron mirándola, parecían estupefactas con los ojos clavados en la manzana y la expresión contraída sin moverse por varios segundos.
―¡Qué asco! ―dijo Chris mirando la fruta arrugada sobre el plato con la miel derretida saliendo de la base―. Esta jodida tía quiere cebarnos… ¿Será mamona?
―¡Saca la bolsa! ―le pidió Debbie cerrando los ojos―. ¡Esto apesta!
Las dos chicas tiraron las manzanas asadas a la bolsa esperando que Laura hiciese lo mismo, pero ella no estaba dispuesta a irse con tan sólo un plato de sopa de puerros en el estómago por todo alimento y se quedo con el plato sacando de su pantalón una bolsa de plástico en la que echó disimuladamente la manzana.
―¿Qué haces? ―demandó Debbie.
―Nada que vosotras no hayáis hecho antes ―le dijo resuelta guardando la bolsa entre las piernas―. Así la vuestra hará menos bulto. Os agradezco la lección, pero la tiraré yo en mi váter, en mi planta, así no provocaremos un atasco en las cañerías. 
―¡Buena idea! Esta chica aprende rápido ―la alabó Chris.
Cuando acabó la comida las chicas se despidieron quedando al tanto para los encargos, Laura salió pronto del comedor ocultando la bolsa de plástico bajo su jersey y subió a su habitación rápidamente donde abrió la bolsa y se comió su contenido con las manos. Una pena no poder aprovechar el almíbar que había formado la miel y el jugo de la manzana, pero por lo menos no se desperdició todo. Aquellas chicas estaban de atar y no habría de pasar mucho tiempo para que aquello se supiera, aunque intentaría que no fuera por su boca. No quería meterse en líos, más siendo extranjera y becaria. Lourdes y Carmen llegaron poco después, ella estaba tratando de beberse el almíbar desde la bolsa. Al verlas las miró pero siguió con su tarea.
―¿Qué haces? ―le preguntó su hermana―. ¿No te ha bastado con lo que hemos comido?
―Habrás comido tú, porque yo he tenido que tirar mi almuerzo a una bolsa de plástico dentro de una bolsa de aseo que tirarán después al váter de la primera planta para congraciarme con esas dos.
―¿Pliper y Leonard? ―inquirió Lourdes―. Te vi con ellas en el comedor. Me resultó raro que estuvieras sentada en su mesa… Esas tías me parecen una descerebradas.
―Sí, están como cabras. Además de ser anoréxicas, bulímicas e idiotas del culo, pero me interesaba saber qué es lo que ellas saben. Y por lo que he descubierto mejor ni te acerques… después de ver el sótano y hablar con ésas, todo este tejemaneje no me gusta nada.
―¡Vaya ganado que te encuentras por los pasillos…! Lo mismo pijas anoréxicas que góticas sombrías. ¿Hay en esta residencia gente normal? ―continuó Carmen quejándose.
―Sí, cariño ―le contestó su hermana completamente segura―, nosotras.





[1]  Personaje ficticio de la Guerra de las Galaxias.

Que las hadas y musas elijan un capítulo para ti. Con suerte te quedas a compartir esta aventura.


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