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REMES

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Red mundial de escritores en español

sábado, 29 de enero de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 31


La agitación de las muchachas ante aquel primer sábado libre de cargos era patente a la hora de arreglarse para salir con los chicos. Lourdes no sabía qué ponerse y Carmen no sabía cómo maquillarse para sacarse mejor partido, aunque no era chica de usar mucho “el pote y el rímel”, como ella misma llamaba al hecho de ponerse guapa. Pero aquella tarde estaba decidida a ponerse irresistible para George, con quien poco a poco iba afianzando una relación que empezó sin querer y se consolidaba sin notar. La que peor llevaba el asunto de todas era Vicky, para variar, no sabía qué ponerse, tenía sobre su cama casi todos los vestidos y conjuntos posibles que podía combinar con su ropa y ninguno le parecía bien. Estaba decidida a ir a por todas con John, demostrarle lo guapa y atractiva que podía ser, tanto o más que Laura, si se lo proponía…
Las quejas bien porque el tiempo apremiaba o bien por los conjuntos que rondaban sus cabezas y no acabaña de convencer,  flotaban en el aire como un molesto ruido de gallinero espantado sin ninguna consideración para la pobre Laura, a quien le había subido la fiebre de nuevo y, metida otra vez en la cama, se tapaba la cabeza para evitar la claridad y mitigar de una manera simbólica el griterío ambiental en torno suyo.
―¿Qué te perece éste? ―le preguntó Carmen a su hermana, mientras se sobreponía uno de sus vestidos sujeto todavía en una percha.
Se acerco a la cama y la tocó por encima del nórdico que aparecía liado en torno a su cuerpo, pues Laura estaba muerta de frío por la fiebre. Se dio varias vueltas cuando estuvo segura que su hermana la miraba para mostrarle el conjunto: camiseta rosa con la cabeza de una pantera rosa en fantasía relucía sobre una minifalda tejana negra con bordados de flores en los bolsillos, unos leguis negros que llevaría supuestamente con botines de media caña y cazadora tejana negra también. Carmen se había colocado un sombreo de gánster y sostenía la cazadora y los botines n la otra mano, y a verdad era que iba a estar muy mona con todo el conjunto… Cuando lo tuviera puesto.
Laura asomó un ojo entre las sábanas y después un dedo, al modo romano, en señal de asentimiento positivo.
―Mira que eres parca en adjetivos… ―se quejó Carmen sorprendida por la actitud de su hermana―. ¡Qué trabajo te cuesta decirme que estoy guapa!
―No me cuesta trabajo, es que me duele todo… ―admitió con voz trémula desde debajo del nórdico―, pero estarás muy bien, Carmen, muy guapa. Seguro que George se muere de la impresión y tienes que resucitarle a besos haciéndole el boca a boca… ¿Contenta?
―Eso está mucho mejor. ¡Ten hermanas para esto! Ni una palabra amable cuando una necesita una visión externa del asunto. Y precisamente hoy: ¡Mi día de libertad! Pienso sacarle bien el jugo… ¡Prepárate Londres, allá voyyy!

sábado, 22 de enero de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 30


La voz de John les hizo salir de aquella especie de acerbo letargo en el que los dos habían caído silenciosamente recapacitando en la soledad interior sobre el asunto de la fotografía. De nuevo los golpecitos sobre la puerta y Mrs. Moneymaker apareció sonriente seguida de John Lane con más flores, globos de colores y una preciosa bolsita de papel de regalo llena de lacitos y etiquetas dedicadas.
―Está claro, Miss Bernal, que es usted una chica muy famosa en su facultad… ―repuso Mrs. Moneymaker entrando en la habitación con un jarrón de cristal ámbar en la mano―. Los chicos hacen cola para visitarla. Aquí le dejo otro, que parece necesitado de verla. Iré a buscar otro jarrón veo que las flores van a precisarlo.
La gobernanta abandonó la estancia y John se encontró de lleno con la dura mirada de Paul, molesto por su presencia. Su expresión cambió de repente, se puso tenso y no tenía inconveniente en mostrar la incomodidad que le producía la presencia de Paul allí.
―Últimamente estás en todas partes, tío ―le dijo con irónico asombro―. A este paso voy a levantar las sábanas de mi cama y te voy a encontrar allí.
―No lo creas, eso es presuponer demasiado, tío ―le contestó Paul risueño, aunque no menos sarcástico―. Tratándose de sábanas preferiría otras, sin dudarlo un instante.
―Bueno… ―le devolvió la pelota mordazmente―, ya sé que Jane tiene una habitación muy “cuqui” como dice ella. Pero también sé que no has catado sus sábanas… por razones obvias.
―John,  ¿has venido aquí a hacer una lista de lo que he catado y no he catado con Jane?  ¡Qué mal gusto! —Chasqueó la lengua mientras sonreía con un dulce aire de victoria que le hacía sentirse superior a su amigo—. Podrías haberte ahorrado el viaje Algo así no es de tu estilo y con Laura delante, menos todavía. Es  desagradable querer airear marrones de ese tamaño en la habitación de una chica  griposa con la intención de    amenizarle la mañana,  ¿no te parece? ¿Es que estás  perdiendo práctica o encanto?
―¿Vais a discutir ahora, chicos? ―preguntó  Laura preocupada por el tono con el que e hablaban―. En esta sala hay sitio de sobra para todos. Me alegro de verte John.
El sonrió y se acercó a la cama dándole un beso en la frente y entregándole sus regalos.
―No tienes muy mal aspecto —le dijo observándola—. Espero que te recuperes pronto, darling. En la facultad te echamos mucho en falta. La Bartlett ya no es lo mismo sin ti.
―Lo haré,  créeme que mi intención es recuperarme. Estoy más que harta de estar es esta cama con dolores de huesos, fiebre, tos y mocos que no me dejan respirar. Si todo sigue igual, el lunes podré ir a clase de nuevo, si no recaigo inesperadamente . Yo también os echo de menos… ¿Las flores son para mí? ―John asintió con la cabeza―. ¿Y los globos?… ¡Qué idea! El arcoíris de Paul se ha hecho realidad en mi habitación.
―¿Arcoíris? ―preguntó John confuso.
―Paul me hizo un dibujo ―le dijo rebuscando entre todos los papeles que tenia sobre la cama―. ¡Vaya, Paul, debe haberse caído al suelo!
Hubo un intercambio de miradas. La de Laura a Paul rogándole que buscara el dibujo. La  de John a  Paul indicándole con una sonrisa mordaz y el dedo índice que se agachara para buscar debajo de la cama y la de Paul a Laura sonriéndole complaciente, aunque molesto,  por ser él quien tuviera que agacharse delante de su amigo y ahora rival.
El chico se agachó y efectivamente el dibujo estaba allí, al abrir la caja de la muñeca repollo se había deslizado entre la ropa de la cama cayendo al suelo. No era ninguna obra de arte, al contrario, sólo una caricatura, a Paul le gustaba hacer dibujitos de aquel tipo, sin sentido, pero divertidos. Se lo entregó a Laura, quien se lo alargó a John para que lo viera...

domingo, 16 de enero de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 29


 Para cuando llegó el tercer  finde de reclusión para Laura, el mes de octubre había volado prácticamente. El tiempo pasó entre las clases, los trabajos, las lecturas obligadas de textos especializados y los tres largos fines de semana de “prisión”… Aunque aquel último se había convertido en el peor de todos, pues a Laura le estaba haciendo crisis una gripe inesperada que la había tenido en cama los tres últimos días con fiebre alta y dolores musculares y articulares y, para colmo, estaba lloviendo de una manera increíble. El cielo se había cubierto con una espesa capa de nubes que impedían el paso de la luz y descargaba una ingente cantidad de agua que no permitía a la vista alcanzar más allá de los cristales de la ventana de su habitación. Pero fuera como fuese, lo cierto era que el mes se había esfumado y empezaba a sentirse cansada de pasar sus días entre la universidad y la residencia y, para mal de males, ahora guardando cama. Parecía que aquella mañana la fiebre había cedido el paso a unos sudores bastante molestos, pero ni ganas tenía de ir al baño a tomar una ducha para deshacerse de ellos. En su lugar se levantó de la cama y bien envuelta en su bata, se empleó con la maqueta de un edificio semiesférico, en la que llevaba trabajando muchos meses y a la que le dedicaría unas, de las muchas horas más, que su diseño había exigido.  Era el uno de los sueños de Laura, verla alzarse sobre el terreno, tan gloriosa como en su mente estaba proyectada, y con la esperanza viva de verla construida algún día no muy lejano.
Todo el mundo se había marchado, a pesar de la lluvia y el frío, la habían dejado completamente sola, ansiosas por unas horas de absuelto. En el fondo comprendía a las chicas y no podía recriminarles nada, aunque la compañía de su hermana Carmen hubiera sido bienvenida porque de ánimo estaba bastante bajo y un poco de charla la hubiera distraído de sus males. Sin embargo ella se quedaba allí, obediente a las normas y rogando porque sucediera algo interesante que animara y trajera un poco de luz a aquel día plomizo como su ánimo. Mientras pensaba en todo eso recordó que a mediados de la siguiente semana era su cumpleaños y el de Carmen, pero con las cosas como estaban y la fama que se había ganado con las directora de la residencia, cualquiera decía que iba a invitar a unos amigos para merendar y al menos soplar las velas sobre una tarta. Aquella idea era por completo impensable. Se imaginaba la cara de Mrs. Anderson al decírselo y  se le quitaban todas las intenciones de hacerlo...
  
  

viernes, 7 de enero de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 28


  
 ―¡La confianza! ―entonó Greg Chelsom con toda la convicción del mundo, mientras miraba a Ruth McClellan―. La confianza y la seguridad es lo que un buen actor necesita para poder sacar de su interior la fuerza necesaria para una interpretación fidedigna se su personaje. Para interpretar se necesita un escenario y esas dos premisas bien arraigadas en nuestro interior para que las luces te impregnen de color sin que te dejes encandilar por ellas. Tu otro yo está entre bambalinas, es tu alter ego quien se deja llevar por el personaje, el que hace creer a la audiencia que eres ese mismo individuo con todas sus cargas emocionales y bagajes. Debéis sentiros él, transmitir ese sentimiento al púbico, hay que dejar que tu voz exprese más que las palabras para que puedas aturdir sin necesidad de gritar, saber deslizar tu cuerpo sobre un escenario es la clave, controlando la escena con naturalidad para que el espacio no os coma.   
Todos los alumnos de Chelsom escuchaban atentos sentados en el entarimado del suelo en el escenario del aula de drama, entre ellos Ruth McClellan y Jane Archer, estaban sentadas juntas escuchando atónitas las palabras del erudito y atractivo profesor dejando sus mentes volar en sus fantasías adolescentes donde ya se veían convertidas en unas grandes actrices de teatro con el público del West End a sus pies, los mejores teatros del mundo aclamándolas y Hollywood detrás de ellas  con cheques  millonarios para cerrar un contrato para una película con  Henry Cavill o Ian Somerhalder
―¿Cuál es la mejor técnica que usa un actor de teatro para llegar a interpretar bien a su personaje? ―inquirió Ellie Crompton, otra de las alumnas.
―No hay una técnica definida académicamente. Te puede motivar la personalidad de  tu personaje o cualquier rasgo del mismo, su fragilidad, su fuerza, su inteligencia o su desgracia, el caso es meterte en la piel de esa persona como quien se mete dentro de un traje, hasta que deja de ser  uno mismo ―le contestó Chelsom―. Es decir, trata de sentirse y pensar cómo lo haría el personaje. Ponte de pie ―le ordenó―. Veamos… Ruth, tú misma, ponte de pie. Imaginad la escena de la Ilíada en el que el príncipe Héctor es abatido por la brutalidad de Aquiles, que Ellie es su viuda, Andrómaca y tú Ruth la hermana del héroe difunto Casandra.  Observáis cómo el cuerpo de Héctor es arrastrado por el carro de Aquiles… Acaba de morir. ¿Ruth, cómo la consolarías? y tú, Ellie, ¿qué harías?
―Lógico que una viuda llore desconsoladamente ―afirmó Ellie.
―Sí, hazlo, lo mejor que puedas.
La chica empezó a simular el llanto y la angustia, no lo hacía nada mal, era creíble… Sin embargo Ruth la miró seria e hizo una mueca incitando a todos a pensar que la supuesta viuda Ellie estaba mal de la cabeza.
―¡Hey, tía! ―bromeó sabiéndose cubierta por la relación que mantenía con Chelsom―. ¡Qué no es para tanto! Para ya de llorar y… el muerto al hoyo y el vivo al bollo… Con lo buenorro que está Brad Pitt… ¿por qué lloras tanto?
Una risotada se dejó oír en el ambiente. Chelsom se levantó de la silla que ocupaba y fue hasta Ruth.
―Muy graciosa, señorita McClellan ―afirmó mirándola de arriba abajo―, está claro que lo suyo es la comedia…, pero para trabajar en un circo no es necesario estudiar en esta ilustre academia. ¿Por qué no me espera en mi despacho hablaremos después de la clase?
Ruth le miró desafiante y se acercó a Jane para coger sus cosas.
―¿Por qué lo has hecho? ―le preguntó Jane preocupada―. ¿Se te ha ido la olla? ¿Qué intentas demostrar?
―Me estaba cansando… Había que darle a esta aburrida clase un toque de pimienta.  Con esto ya hemos perdido más de quince minutos… ¿No es así? Me lo debéis…pronto acabaremos. Además Greg tiene que saber que yo cuento también. Me tiene harta con sus representaciones espontáneas… Así se lo pensará para la próxima… La clase tiene más alumnos, ¿por qué siempre me lo pide a mí?
―¿Porque quiere sacar de ti lo que realmente vales?
―Tonterías. Me cree a su servicio, como si fuera un clown.
El timbre anunciando el final de la clase sonó inesperadamente. Los chicos se pusieron de pie y salieron ordenadamente, mientras Greg y Ruth se quedaron en el escenario a petición del profesor. Él se acercó a la chica y la miró desconcertado.
―¿Qué pasa Ruth, por qué te afanas en estropear las clases?
―Estaba aburrida, Greg… ―le contestó mirando hacia otro lugar para demostrarle desinterés―.  Porque ahora sí me permites llamarte Greg, ¿no? …Estaba hambrienta, cansada de escucharte y quería reírme al menos… Tu clase de hoy ha sido un plastón con eso del teatro griego...  ¿No me dirás que mi función de actriz no la he cumplido a las mil maravillas? ―le preguntó distante recogiendo el resto de sus cosas en un intento de sacar un comentario jocoso o al menos de aceptación a su conducta...

Que las hadas y musas elijan un capítulo para ti. Con suerte te quedas a compartir esta aventura.


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